viernes, 24 de agosto de 2007

Periodismo musical "kamikaze": La estela gloriosa, del viento trágico y divino. Segunda Parte.


“Un alarido entre voces mudas”
Siempre que hay heróes de dudosa reputación, es necesario la aparición de “anti-heróes”, que nos recuerden el concepto real de heroísmo y que la humanidad más allá de su diversidad racial y cognitiva, comparte el mismo plano biológico, no exento de crítica o elogio según la ocasión.
Así este embrión de oposición, genera una opción que llevará el nombre genérico de “alternatividad”. De la mano de esto, aparece toda una “otredad”, que condensa toda una bohemia lejos de las luces del estrellato y que deja el exceso de los neones por el intimismo del bar o sótanos. Así después de mucho tiempo, (periodistas jóvenes y adultos se vuelven a encontrar con músicos, contando con la ventaja de saber que toda revolución estética es utópica y con la desventaja, de no terminar de arriesgarse a tomar al toro por las astas). Su dinámica es válida, permitiendo la recuperación de valores rupestres del rock. La escena que genera la misma música, contiene valores y formas de depositarse frente a la vida, que evita sutilmente el “grotesco marketinero”. Lamentablemente estos “new-writers”, no llegan a mucho, y solo queda como eco el alarido de la voz de Kurt Cobain, que aun retumba como el último grito “caversónico”de todo aquel bramido nueva olero y fresco.
Mas allá, de la dinámica “cocktail” que hay en la efervescencia del periodismo británico que junto con las bandas, delinearon el Brit-Pop, (la pimienta la depositan los carismáticos líderes de diversas bandas (sobretodo Oasis, y Blur). Los periodistas anglosajones de ese entonces, híbridos y lánguidamente posmodernos, son una extensión del discurso corporativo de las empresas, sabiendo que acceden a todo, y obvio ni vale la pena levantar alguna bandera por fuera de la línea.
Después de esto el “nadismo” total, solo un ejercicio práctico de mercadotecnia básica bajado por las grandes corporaciones musicales, de manera casi “transpornográfica”. Personalmente pienso que el último atisbo de rebeldía contra el “corporockerismo”, lo llevó adelante el líder de Pearl Jam, (Eddie Veder), en contra del monopolio de Ticketeck en la distribución de entradas, pero la muestra clara de la situación es que mientras los reporteros están más ocupados en subir peldaños siendo políticamente correctos y tomando a los músicos como empleadores que pueden según su desempeño ayudarlo a escalar laboralmente, no enfocan e indagan en su naturaleza artística, generando un campo de disputa ideológica, necesaria para que el rock no se estanque en lagunas que atentan contra su originaria esencia. Entre los músicos, tenemos el nefasto ejemplo de Metallica, cuyos miembros estaban temerosos de terminar comprándose una piscina de oro en lugar de las dos que tenían pensadas, adoptando una actitud cipaya frente a la posibilidad de que la música haga más elástica su forma de adquisición (recordar como comandaban el “bochazo” a Napster).

“De la cuña de Symms a la muleta de Contempomi”
En el plano local, el tema del periodismo musical se inicia con Pelo. Revista meramente didáctica en lo que respecta a la forma de abordar a los músicos y sus obras, y con tendencia a pecar en “lerdeces”, cuando publicaban artículos de penosa calaña como lo eran ¿Con cuál banda del rock argentino te gustaría tocar?. El Expreso Imaginario invoca un lenguaje moderno producto de la clara influencia “beatnik” de sus redactores, pero no implica una actitud desafiante hacia el mismo rock, sino de acompañamiento y de elegancia y hasta cierta devoción platónica con respecto a los músicos. Su interesante narrativa, busca al contrario de Pelo, una mayor reflexión en sus lectores, sin llegar a ubicarse en el lugar alterativo de los “Pub-writer”, sino de cierto confort, evitando la confrontación (igualmente es de tener en cuenta el contexto del gobierno de facto).
Recién el “filo perverso”, aterriza en nuestras tierras de la mano de Enrique Symms y su revista “Cerdos y Peces”. A través de un lenguaje directo, (fuera de toda máscara o convencionalismo), y tomando la renovación espiritual del rock, (impulsada por los Violadores, Sumo y Virus, entre otros), y siempre a contramano de cualquier legado hippie y logrando una dialéctica de rápido choque contra la hipocresía pacata de la sociedad argentina y sus represiones internas y externas. La forma de abordar los temas relacionados al rock y de inclusive entrevistar a sus protagonistas, se mueve en una óptica similar a la de los “Pub-writers”. El músico argentino joven de los 80’, al igual que el periodista de ese entonces no ve con agrado las utopías de cambio de sus hermanos mayores y se encuentra deseoso de vivir un presente en el aquí y ahora. Culto, hedonista y vacunado contra las ideologías, no le hacía asco al reviente de la cocaína ni al sexo casual, pero tampoco le era fácil salir de sus conflictos familiares, laborales, existenciales. Así genera una voz de confrontación rompiendo con todo esquema de dogmático respecto del mismo rock e incluso poniendo numerosas veces a sus protagonistas al borde del ridículo, más allá de valorar su propia música.
Luego de esto, y del fin de la “primavera Alfonsinista”, todo lentamente se va apaciguando teniendo como testamento heroico y de rompimiento final de esa cofradía irónica y talentosa, que se daba entre el músico de rock y el periodista por ese entonces , la carta abierta que Enrique Symms, acertadamente y lejos del chauvinismo mediocrizante (que superada la mitad de los 90’ estallaría como elemento reaccionario para luego terminar de desnudar sus fauces “nazistoides” con la tragedia de Cromagñon), le envía al Indio Solari, (ocurrida la muerte de Walter Bulacio), y que contenía una frase contundente y alertadora de lo que sucedería 13 años más tarde en el recital de Callejeros:
“Indio: Mataron a un invitado tuyo en la puerta de tu casa”.
La necesidad de periodistas jóvenes que supieran darle la justeza narrativa imaginaria a la música que hacia mediados de los 90’, encabezaban la denominada movida sónica (Babasónicos, Martes Menta, Los Brujos, Juana la Loca), y que amenazó con cambiar dentro del rock un cierto orden de cosas, solo logró mover un par de baldosas. Mtv latina comienza por el año 96, la tipificación del packaging de ideas alternativas, (que por estos lares alcanzarían el sumún, a partir del legado de “Jesiquización”, elaborado por unos Babasónicos devenidos en “Babacínicos”). El comunicador de todo esto, debía detentar una estética que represente una especie de “tropo-latino” pero estilizado en una modernidad que cumpla los clichés estéticos que la alternatividad abrazo (Ruth Infarinato, pelo teñido de colores industriales). Son neutros, y su dosis de retórica es básica, como la carmelita que escucha el sermón de la madre superiora del colegio, sin posibilidad de verter algo que revuelva un poco las aguas.
Así, lentamente y con una sociedad sin un “background” claro para hablar de cultura rock, la unión del ámbito futbolero con la música, que confunde armonía o “rupestricidad” vecinal con patoterismo barrabrava, empieza a eyacular su semen rancio y enfermo.
Alentado por periodistas de lengua cómplice y abrazo de Judas (Bebe Contempomi, entre otros), e incapaces de desbordar al propio músico o de superarlos a través del “eco” de escucha que todo periodista musical debe tener, “El Banquete” (como alguna vez mencionó Federico Moura), repleto de alimentos en mal estado y servido a los comensales principalmente por La Bersuit Vergarabat, Caballeros de la Quema, La Renga, y los mismísimos Redondos de Ricota, pronto traería síndromes graves de intoxicación aguda a sus escuchas.
El público se creyó “rockero” por ponerse una remera del “Che” Guevara o la afamada remera “79”, de los Rolling Stones. Rompió todos los códigos de buena convivencia y armonía cada vez que alguna de estas bandas se presentaban en vivo (desde el militarismo para portar los intocables “trapos”, salvo por los “capos designados”, pasando por la agresión a través de bombas de estruendo, puñaladas hacia los mismos fans, e incluso el abuso sexual o físico). Pese a esto, las bandas y el mismo público agredido, continuaban vendiendo el maquillaje extraído del botiquín del leproso, entre las cuáles destacan frases como: “Esto es la fiesta”, “Acá no hay caretas”, “Vamos los pibes” o la clásica “Walter no se murió, que se muera Cerati la p.....”.
El 30 de diciembre del 2004, la supuesta “patria del rock”, enfundo el cañón y salió al ruedo una vez más, pero esta vez, el tiro se disparó por la culata:
“Fontanet: Vender pescado podrido conduce al parricidio”.
Réquiem sin sueños, solo pesadilla de lo que el rock, nunca mereció pero que la demamogia y la indiosincracia argentina misma, queriendo o no tanto, de a poco construyo.

El placer del vuelo, aunque sea por un pequeño momento
Pasados casi 3 años, el panorama del rock de estadio no se modificó, sin embargo, el denominando “rock barrial”, tiene demasiados muertos en el placard, como para detentar algún tipo de credibilidad, solo sostenida por el arcaísmo de los medios, y la falta de opciones y periodistas, que sepan hilar fino para dar cuenta del nuevo panorama del rock argentino.
Casi 12 años después, no se podría hablar de escena pero si de bandas que construyéndose en ámbitos posmodernos, se adecuan al dicho contexto, con altura y creatividad, tratando de traer soplos de aires frescos al rock argentino, que desde hace tiempo funciona a puro pulmotor.
El periodista que logra poner el ojo en la mira, sabe que cuando tocan bandas como Travesti o El Mato a un Policía Motorizado, pasan cosas más allá de la misma música (como subirse a un túnel del tiempo que conduciría al Epstein de Sumo o al Die Shule de los Babásonicos). Por eso mismo, debe arriesgarse a todo, a cambiar la opción de bajada cultural que los medios hacen, teniendo la obligación de poseer un importante “background musical”, que de cuenta de porque en la música actual ocurren determinadas cosas. De este modo, podrá ostear correctamente el germen del pasado y prefigurar el horizonte del presente que se ofrece. Buscando palabras acertadamente panorámicas como las de Fitzgerald, que conlleven la “sonoridad atrayente” que detentaban los “beatniks”, la dinámica incluyente y protagonista de los “pubwriters” de los 70’, la agudeza veborrágica y visceral de Symms; (algunos de los que condensan lo mencionado podemos encontrarlo en Ramiro Baca Paunero, ver la nota que escribió en la Otra sobre Soda Stereo (foto), la dupla que escribió en la misma revista acerca de Peligrosos Gorriones, Federico Granaderos, entre otros).
Ellos y nosotros, luchando contra una infinitud de amoralidad y perogrulladas que destilan heces sifilíticos, exponiéndose con altura al ridículo, sin temor al tropezón. Formulando hipótesis viscerales, que lleven a replantearse al lector su lugar de escucha, confrontándolo plenamente, más allá del resultado final y produciendo un periodismo musical “kamizake”, que más allá del inevitable golpe final, deje la estela de un viento trágico y divino.

Bernardo Damián Dimanmenendez

sábado, 18 de agosto de 2007

Periodismo musical "kamikaze": La estela gloriosa del viento trágico y divino. Primera Parte


El periodismo de rock, siempre ha sido un campo para que numerosos jóvenes empapados de surrealistas ideas atmosféricas y llevados por un afán de dar cuenta de experiencias estéticas nuevas, (que superan incluso las establecidas por los códigos lingüísticos), logren transmitir a sus lectores mediante sus palabras, sensaciones o conceptos que permanecían escondidos, aún delante de su visión u oídos. Pasados más de 40 años del comienzo de la relación entre periodistas y músicos de rock, ¿Qué fue lo que ocurrió en el medio para que la relación de ambos, adopte una dialéctica de “misoginia corporativa”, que desploma un cabal horizonte de reflexión sobre las obras producidas y el legado de las mismas?, ¿Hay posibilidad, (ocurridas ciertas “tragedias griegas”), de que el mismo periodista sea un valioso “médium”, que logre hacer replantear a músicos y escuchas, sus condiciones de recepción y de valoración contextual de las obras, más allá del halo comercialmente utilitarista, que envuelven a las mismas?

Perdidos y desmenbrados
Mucho tiempo antes del mismo inicio del rock, a partir del abatimiento de los jóvenes de entre guerras, y con Francis Scott Fitzgerald como abanderado de la por entonces denominada “Lost Generation”. Sus escritos dan cuenta, de la confusión trágica que envuelve incluso a las mismas personas que aparentemente detentan un andar victorioso, sean hombres o mujeres. Por entonces, el jazz se imponía como la nueva música más aceptada por los jóvenes, y parte de esa improvisación misma del jazz, rodeado de vértigo y ausente de formas aceptadas, servía para ilustrar metafóricamente, la impotencia de las normas institucionales para brindarle a miles de jóvenes desempleados o disminuidos físicamente por la primera guerra mundial, una solución a sus problemas, ante los cuáles improvisaban toda una lista de quehaceres diarios para poder hacerle frente a su alicaída existencia.

“Acid-jazz”, “Beatniks” y contracultura psicodélica.
A mediados de los años 50’, el comienzo de la guerra fría, y la emergencia de la megápolis, que por un lado aparentaba toda una estética de confort y modernismo, pero que en recónditos de su estructura, circulaban sigilosamente personas que no podían soportar tanta masa amorfa de seres inanimados. Ingesta de sustancias prohibidas mediante, concurrían a lugares en los cuáles no había aún reglas de convivencia reguladas institucionalmente y eran ávidos de escuchar nuevas formas de prácticas musicales (como lo era por ese entonces el “acid-jazz”, practicado por Charly Parker). De esta manera encontraban un lugar apropiado para calmar todo su maremoto hormonal.
Inmersos en un terreno, en dónde el exceso alcohólico, la aparición de la marihuana, la acentuación de la presencia de drogas más duras como la heroína, la sexualidad no convencional, sumado a la incomodidad situacional que los lleva constantemente escapar sin rumbo definido de la misma urbe dónde habitaban, surgen los “Beatniks”. De palabras que parecen expresar una sonoridad y vértigo similar al expresado por el “acid-jazz”, de por ese entonces, sirven de plataforma para que su legado y filosofía de convivencia, sea un instrumento de acción de la primera generación plenamente curtida de cultura rock, como va a ser la de los 60’.
Luego del correcto formalismo mediático de los primeros 60’, (fundamental para que el mundo conociera a los Beatles y Rolling Stones), las cosas parecen cambiar.
Así revolución sexual y Vietnam de por medio, aparecen por mediados de esa década los “acid-writers”. Periodistas o jóvenes escritores, nutridos de toda una cultura lisérgica, que a través de sus escritos llenos de color y desbordantes de palabras; nutrieron, humanizaron e hicieron madurar al mismo rock. Logran al mismo tiempo, que las prácticas contraculturales de ese entonces, se masifiquen, apoyados en una ideología plenamente contracultural, como si fuera el aullido que pide a gritos un cambio.
Standarizada la cultura psicodélica, y luego de cierto trecho en dónde pareciera que cultura del rock y a la juventud solo pareciera importarle la indulgencia y el apego a las formas excelsas; por encima de un contenido que conlleve el riesgo (síndrome claro de posmodernismo social cuya ola llega hasta los presentes días), aparece el “Pub-writer”.

“Pub-writers”, veborragia filosa de cantina
Aquí ya no hay espacios de convivencia dónde la historias se desarrollen armónicamente. No hay esperanza hippie o misticismo lisérgico, sino solo mugre, hedor e identidades impersonales, decoradas por una fatalidad sentimental y desolación económica.
El “Pub-writer” odia los mega-conciertos, cree que la palabra “amor”, mil veces pronunciada por los hippies, durante los 60’, solo consigue una magra retribución en los 20 dólares que cobran los “super-grupos” de ese entonces. A partir de esto, se nutre de todo lo que se encuentre lejos del “maistream” del rock, de esos tiempos.
Toda esa liturgia plena de odio, desesperación, androginia sexual, adicción y sobretodo “no futuro”, da inicio al punk
En este contexto infectado y alienado, parece estar la clave de la unión del “pub-writer” y el músico punk. Ambos se saben inmersos, en un lugar conflictivo de convivencia, ambos detentan condiciones y capacidades similares de presentarse ante la vida misma. Entonces todo ese respeto hacia los músicos como personas dionísicas desaparece, depositando a ambos en el mismo patio, y con las mismas posibilidades de optar por la salida que más prefieran. El “pub-writer”, da por descontado debido a sus saberes académicos y también a su propia autorreflexión, que cualquier premio de que logre el músico punk, es fácilmente alcanzable por él, desde las misma groupies, hasta el universo que de cuenta su propia arte. Si le reconoce su papel de artesano, y creador de la obra, a partir de lo que expresa su cuerpo al tocar los instrumentos, pero coherentemente lo humaniza, le saca toda plusvalía, más allá de su expresividad musical.
Se disputan un mismo campo de reconocimiento simbólico, (es común que numerosas veces las disputas verbales pasen a los puños entre periodistas y músicos, también sucede que a partir de un mayor background cultural, numerosos periodistas hagan de gurúes musicales de ciertas bandas), o sea una inversión de lo que hasta ese entonces había ocurrido con la música, cuyos ejecutantes se suponían bajados de algún lugar celestial.
El punk muere como parte de la dinámica misma de la música, fagocitándose a sí mismo, como forma de evitar que su “vómito” renovador termine siendo pisado por cualquiera (cosa que igualmente iba a pasar con el correr de los años), y las chaquetas negras son cambiadas por estilizados trajes y corbatas. El pub-writer no puede evitar esta metamorfosis y termina, en un escritorio de la BBC, como “opinológo” de rock.
Era predecible, un nuevo advenimiento del “rock-show”, (sumado al “agiornamiento” del pub-writer), que reestablecieran las condiciones, para la antigua relación entre periodistas y músicos.
Así, el periodismo de rock sufrió durante los 80’, de una excesiva formalidad tomando al rock como un elemento “fashionista” y reaccionariamente ritualista, dónde los músicos formaban en su mayoría (salvo excepciones contadas), parte de una liga de superhéroes, similar a la de las caricaturas animadas (como súmun de todo eso podemos encontrar el video de Van Halen “Jump”).
Bernardo Damián DimanMenendez

jueves, 16 de agosto de 2007

"Power-Brit": La fórmula de los hermanos "G".



Siempre a lo largo de la historia del arte lo consanguíneo tuvo un papel fundamental en lo que respecta a la creación. Más aún, si nos referimos al rol de la media audiovisual (llámese cine, o denomínese música, desde los hermanos Lumiere en lo fílmico hasta llegar a los Gallagher en la música). Pese a la oxidación, por la excesiva serialización industrial que les quita algo de la frescura de sus inicios, ambas artes permanecen como la de más llegada entre jóvenes y adultos, detentado una pequeña ventaja la música por implicar un menor esfuerzo de codificación en el receptor.
Top Manta, es una de las pocas bandas de la actualidad que adhiere a un discurso de tomar al rock como un elemento de expresión básico, conjugando hedonismo y vigor musical, fuera de todo pretencionismo doctrinario o levantada artística discursivamente demagógica (llamese vanguardia o rock barrial).
La desfiguración sentimental, la disfuncionalidad familiar, el narcoticismo frente al embote visual de la mole muda de cemento, y la irreverencia frente a todo contratiempo, decorado por una consanguinedad que funciona como embrión de la semilla que los hermanos Gómez (Matías en voz y guitarra; Nicolás en guitarra), cultivan para componer su mundo artístico.
Acá no puede haber discurso musical enmarcado en sensibilidad campestre o suburbana, que de cuenta de un patrón claro de sonido que defina un lugar. Capital Federal es una y es otra a la vez. Es el confort “palermígena”, y a la vez la desidia de Lugano, es la “tragicatolicidad” hispana o Italiana, y a la vez, el mutismo Judío, no hay una referencia clara visual, sonora o simbólica sino solo, pastiches de piezas de diferentes colores que se enmarcan en un cuadro multiculturalista y pseudo-progresista.
En ese cuadro contextual heterogéneo, aparece Top Manta, guitarras disparadas de arreglos simples y directos, dónde las melodías son acompañadas certeramente por la correcta potencia de la batería (Alfredo Recalde), y el vigoroso sonido de bajo (Federico Alberto), conjugando un “Power Brit”, que mezcla la base del rock norteamericano de costa oeste de principios de los 90’ (Stone Temple Pilots, Flaming Lips, Alice in Chains), con el colchón sonoro melódico de composición del Britpop mas guitarrero del principio (Oasis y Suede).
Y aquí parece estar el “quid” de la cuestión de su primer Ep (“Top Manta”), editado a principios de este año. Más allá del acercamiento de ciertas bandas sónicas de los 90’, hacia un formato más “brit”, ninguna supo captar la liturgia retórica hedonista y de naturaleza fresca y nueva olera. Top Manta recorre a través de riff veloces, machaques guitarreros aceitados, (como en el caso de “Mi Neurosis”), toda una topografía musical en dónde el vértigo de la misma música se apoya en letras que buscan rastrear un realismo básico que atañe a la esencia cosmopolita, (al contrario del lenguaje surrealista y acertadamente grotesco de las bandas sónicas de los 90’), ya sea a través de la adicción “non-santa”, neurasteria cerebral, e impotencia por un cierto fatalismo sentimental, al saberse inmerso en una mole de cemento, donde la afasia comunicativa parece ser la regla implícitamente aceptada, (en “Como la Gente”, la letra en cierta parte narra “Como la gente, que habla sola al caminar, se disfraza de normal”.)
En dicho tema hay restos fósiles del “hard-alternativo”, a través del uso de octavas descendentes que se apoyan en un baterista que sigue la escuela de los “paleros británicos” (Keith Moon, Mick Avory) y el bajo preciso de sonido gordo que llena los espacios con justeza sin llegar ahogar y cierto “Glam-Noise” del primer Oasis en “Un Chaskido x por la Paz”,(escuchar como la canción alcanza su punto de ebullición y resolución a la vez, a partir del solo de guitarra).
Si el rock se nutre generalmente de una cebada cultivada a partir de elementos irritantes y fatuos de la mass-media o de la vida misma, pareciera ser que los “Hermanos G”, agitaron bien la botella, para que una vez destapada la misma y “combustión artística mediante”, la espuma derramada a través de su música, (y parodiando su mote artístico), intente arrimarse al punto “G” del mismo rock, logrando un orgasmo de locuacidad musical y frescura, que revivifica acertadamente el añejado cocktail de “sexo, drogas y rock and roll”, por fuera de todo dogmatismo mesiánico o chauvinista.

Bernardo Damián Dimanmenendez.

jueves, 9 de agosto de 2007

Hecha la regla, hecho el frenesí



El pasado viernes la agrupación platense Norma se presento en Salón Pueyrredón ofreciendo un show pleno de energía, donde el impulso frenético de su música pareciera por momentos abrazar un estado de epilepsia artística..

Expresionismo y Post-Punk


Formados en el 2003 y luego de su festejado primer Lp “Rock 2 tonos” (2006), Norma brindo en un show contusivo de casi una hora. A través de un minimalismo post-punk compositivo (claras influencias de Devo y Wire, en el plano internacional y del primer Virus en el plano local), y teniendo como meta la expresión explosiva y rudimentaria que lo acerca a un rock expresionista, que intenta revelar sentimientos interiores pesimitas utilizando un agudo sentido de la ironía.
Pasadas las 3 de la madrugada, el show abre con “Uno”. A puro machaque de guitarras cruzadas, la lírica da cuenta, que en el fondo uno mismo es el que motoriza el sentido de su vida, más allá de los demás.
Le sigue “Diamante”, autoproclamación de valores de oponer la acción misma frente a cualquier estancamiento indulgente recurrente en el ser humano de hoy en día (en este caso sería la música), como búsqueda de una exploración de uno mismo. Su cantante Chivas Arguello canta “no te quedes dormido en la tumba de flores con agua”.
Si Virus en su primera etapa convocaba a salir a bailar el “wadu-wadu”, o no atragantarse con fantoches musicales consagrados, todo se daba dentro de un contexto que festejaba el fin del invierno cultural del proceso y el comienzo de la “Primavera Alfonsinista”.
Norma dentro de un hábitat artístico, que ironiza sobre el realismo fatídico urbano, ya no puede contextualizar su arte sobre el “smowing” del festejo nocturno o advertir sobre el chantaje del “mainstream rock consagrado”, sino que busca su base compositiva, en la “otredad” que dejaron los 25 años de democracia ininterrumpidos.
De este modo captando imágenes básicas urbanas donde la felicidad parece ir siempre a contramano, surge su expresionismo musical, retratando toda una masificación de sentimientos perturbadores que dirigen la construcción de la identidad del argentino pesimista y abatido por la impotencia de no ser uno mismo.
Así y siguiendo esa óptica realista y expresionista, aparece uno de sus mejores temas, el hit “Chalet”. Bien llevadas las guitarras a través de un sonido limpio (Chivas Arguello y Gualberto De Orta), y seguidos correctamente por el bajo (Pablo Coscarelli) y la batería (Richard Baldón), toman la metáfora del chalet, como símbolo de la standarización social aceptable para el argentino, como lugar de ocultamiento de su alma, siempre poco comulgada consigo mismo.
Frenéticos y como queriendo vomitar las canciones para dar un sentido teatral más verídico a su expresionismo realista y contundente, se despachan con “Natural”, “Ninos”, (mirada cínica sobre los recursos humanos empleados por las multinacionales), “Enamorado”, “350”, “Cenizas” y “Warhol” (retrato del “no día” y la enajenada futilidad que envuelve al ser humano del siglo XXI).
Los Norma cierran con “PC”, vitoreando en su letra, al viejo ritual que envolvía al disco y el oyente, antes del aluvión del MP3.

Más allá del panóptico musical

Así, luego de breves pohos y varios aplausos cerró el show Norma, demostrando luego de 60 minutos de vigorosa música, que más allá de que las reglas, obligaciones y disposiciones culturales (“la norma panóptica de Bentham”, en este caso), nos coercionan de manera tal, que muchas veces nos alejan de la posibilidad de poder encarrilar la vida hacia un lugar de natural satisfacción, pero que más allá de esto, esta siempre la capacidad de intuición y curiosidad de nosotros, para permitirnos sortearlas e ir hacia un horizonte mejor. Así como Norma, que pese a las reglas de “ladinismo comercial”, que afecta a la mayoría del rock argentino, se aparta de esto y nos ofrece una música vigorosa, mezclando adecuadamente dosis de simpleza y contundencia.

Bernardo Damián Dimanmenendez