El viernes pasado en el Tío Bizarro, reducto acogedor y ambivalente (de día pizzería, de noche local bailable), la agrupación Travesti dio un show corto y afectuoso. Así demostraron una vez más, que la neurosis gélida que conlleva toda persona alienada del siglo XXI, puede ser curada a través de la misma música.
El Tío Bizarro, lugar que podría considerarse un símil suburbano del capitalino Salón Pueyrredón, con la diferencia de que no hay que abonar por la entrada, el precio de las bebidas es ostensiblemente más barato y los Djs no caen en el cliché básico de siempre, permitiendo en el concurrente una despliegue más festivo de sus hormonas y una estimulación audiovisual, más relajada y espontánea, sin estar pendiente del fantasma “castrense” del precio de la entrada o consumición que repliega cada día más, la otrora festiva noche porteña.
Travesti, hijo pródigo del famoso triángulo musical “Temperley-Adrogué-Turdera” que desde hace casi veinte años alimenta con soplos de aire fresco al rock argentino, se nutre de todo ese mundo dual que rodea dichos suburbios. Así entre la opresión fabril y el colorido de casas inglesas, entre los trenes desechos y los “New-Richs”, entre la frivolidad insidiosa y el alarido de cambio, se edifica su arte, la cuál conlleva numerosas veces, en sus presentaciones en vivo, el estado de ánimo que el contexto amerita. De esta manera, estando en sus pagos, expuestos a estímulos conocidos y aprovechando su tendencia a deformar las versiones grabadas en eps o albúms, toda esa hipnosis gélida, se vuelve (sin perder su poder seductor), afectuosa y tropical.
El show abre con una potente versión de “Juventud Residual”. Aprovechando que en esta ocasión tuvieron un integrante colaborando con los colchones de sintetizadores, (sumado al ocasional colaborador en bajo en ciertas canciones), Alejandro Torres dispuso de una mayor soltura para poder acentuar los arreglos de teclado, sin que se pierda el magnetismo envolvente de la guitarra de su líder y cantante Floxon.
Le sigue la abrasiva, “The Face”, cuya combustión de composición parece ser un terreno baldío donde abunda todo tipo de flora tóxica.
Luego de este tema, se produce justamente lo mencionado anteriormente. En este contexto familiar “IloveRollingstones”, ( éxtasis sonoro de más de 10 minutos sin meta o destino final aparente), la envoltura caótica de su música hace metamorfosis en una especie de ritmo carioca psicodélico y tropical, como si fuera una especie de respuesta frente a la vibra febril y entusiasta de los espectadores. Caras conocidas, “gente del palo” como dice la yerga, personas con la cuál comulgaron diferentes tipos de experiencias en la vida misma, más allá de la música.
El público ya alentado por alcohol y otras “yerbas”, se empieza a encender cada vez más y los “travas”, captando esto, se despachan con quizá esos temas en que la seducción de la melodía y la letra misma confluyen de manera heroica, así llega “Poder Florecer”.
Intimista y bailable, como dice la letra “extasiarte sin bailar, excitarme estudiando”, y la imagen mental de los espectadores, se posa en el escozor y la algarabía, de esos momentos en que nos acordamos porque fuimos felices de a dos, con alguna fiel compañera, sin importar el lugar, solo el florecimiento de algo profundo, comúnmente llamado amor.
El recital continúa le sigue la neurótica “Filo Perverso” y la explosiva “Bloody Marie”, donde se nota, la influencia “Jesús Manchesteriana” de sus comienzos.
Continúan con “Efedrina”, para cerrar de vuelta en una atmósfera cálida y agradable, con “Vibraciones del Confort”.
El confort y la música de “ascensor” edulcoro como somnífero perfecto los oídos de toda una generación aletargada por la tecnología, que fue sutilmente adormecida y que lentamente comienza a despertarse. Sin utopías febriles ni mesiánicas, Travesti a través de la vibra de su música marca un camino singular, donde la música adquiere un nivel de seducción que empalaga y nutre los oídos pero a la vez, nos ofrece todo un mundo, donde cualquier tipo de “neurosis border”, que diariamente nos aliena, es reemplaza por el cálido afecto de su música, depositándonos en un estado soporífero que abraza por momentos un ideal platónico, al cuál la música y el mismo rock, jamás deben dejar de perseguir.
Bernardo Damián DimanMenendez
El Tío Bizarro, lugar que podría considerarse un símil suburbano del capitalino Salón Pueyrredón, con la diferencia de que no hay que abonar por la entrada, el precio de las bebidas es ostensiblemente más barato y los Djs no caen en el cliché básico de siempre, permitiendo en el concurrente una despliegue más festivo de sus hormonas y una estimulación audiovisual, más relajada y espontánea, sin estar pendiente del fantasma “castrense” del precio de la entrada o consumición que repliega cada día más, la otrora festiva noche porteña.
Travesti, hijo pródigo del famoso triángulo musical “Temperley-Adrogué-Turdera” que desde hace casi veinte años alimenta con soplos de aire fresco al rock argentino, se nutre de todo ese mundo dual que rodea dichos suburbios. Así entre la opresión fabril y el colorido de casas inglesas, entre los trenes desechos y los “New-Richs”, entre la frivolidad insidiosa y el alarido de cambio, se edifica su arte, la cuál conlleva numerosas veces, en sus presentaciones en vivo, el estado de ánimo que el contexto amerita. De esta manera, estando en sus pagos, expuestos a estímulos conocidos y aprovechando su tendencia a deformar las versiones grabadas en eps o albúms, toda esa hipnosis gélida, se vuelve (sin perder su poder seductor), afectuosa y tropical.
El show abre con una potente versión de “Juventud Residual”. Aprovechando que en esta ocasión tuvieron un integrante colaborando con los colchones de sintetizadores, (sumado al ocasional colaborador en bajo en ciertas canciones), Alejandro Torres dispuso de una mayor soltura para poder acentuar los arreglos de teclado, sin que se pierda el magnetismo envolvente de la guitarra de su líder y cantante Floxon.
Le sigue la abrasiva, “The Face”, cuya combustión de composición parece ser un terreno baldío donde abunda todo tipo de flora tóxica.
Luego de este tema, se produce justamente lo mencionado anteriormente. En este contexto familiar “IloveRollingstones”, ( éxtasis sonoro de más de 10 minutos sin meta o destino final aparente), la envoltura caótica de su música hace metamorfosis en una especie de ritmo carioca psicodélico y tropical, como si fuera una especie de respuesta frente a la vibra febril y entusiasta de los espectadores. Caras conocidas, “gente del palo” como dice la yerga, personas con la cuál comulgaron diferentes tipos de experiencias en la vida misma, más allá de la música.
El público ya alentado por alcohol y otras “yerbas”, se empieza a encender cada vez más y los “travas”, captando esto, se despachan con quizá esos temas en que la seducción de la melodía y la letra misma confluyen de manera heroica, así llega “Poder Florecer”.
Intimista y bailable, como dice la letra “extasiarte sin bailar, excitarme estudiando”, y la imagen mental de los espectadores, se posa en el escozor y la algarabía, de esos momentos en que nos acordamos porque fuimos felices de a dos, con alguna fiel compañera, sin importar el lugar, solo el florecimiento de algo profundo, comúnmente llamado amor.
El recital continúa le sigue la neurótica “Filo Perverso” y la explosiva “Bloody Marie”, donde se nota, la influencia “Jesús Manchesteriana” de sus comienzos.
Continúan con “Efedrina”, para cerrar de vuelta en una atmósfera cálida y agradable, con “Vibraciones del Confort”.
El confort y la música de “ascensor” edulcoro como somnífero perfecto los oídos de toda una generación aletargada por la tecnología, que fue sutilmente adormecida y que lentamente comienza a despertarse. Sin utopías febriles ni mesiánicas, Travesti a través de la vibra de su música marca un camino singular, donde la música adquiere un nivel de seducción que empalaga y nutre los oídos pero a la vez, nos ofrece todo un mundo, donde cualquier tipo de “neurosis border”, que diariamente nos aliena, es reemplaza por el cálido afecto de su música, depositándonos en un estado soporífero que abraza por momentos un ideal platónico, al cuál la música y el mismo rock, jamás deben dejar de perseguir.
Bernardo Damián DimanMenendez