El pasado sábado bien entrada la madrugada, la agrupación DDT, se presentó en el Salón Pueyrredón. Con 15 años de carrera, y diversas formaciones, a partir de la separación del grupo original en 1999, Sharly su líder y cantante, aporta cada vez más, con el paso del tiempo, esos granos de arena, que hacen de aquellas personas que transitan con talento por el lado sinuoso de la vida, antihéroes plenos con inquilinato asegurado eternamente, en el lado oscuro y seductor del rock.
La noche ya era tarde, demasiado tarde, casi las 4 y 30 de la madrugada. Ya algunos habían atesorado algún cortejo que horas atrás había empezado y otros, en cambio, sin obtener los resultados esperados, buscaban cobijo en los vapores etílicos.
El show de D.D.T, abre con “Dandy Rock Club”, uno de esas gemas musicales que Sharly y los suyos ofrecieron como intentando hacer una pangéa del sónido sónico y la fuerza punk.
Las quintas distorsionadas con cámara de la Gibson Les Paul, asoman, mientras los fraseos nasales y veborrágicos a la vez, encajan simplemente perfectos, logrando un tema bailable y efusivo a la vez, que es finalizado, con la melodía “cocktail teenager” del final.
Le sigue otro tema de los clásicos como es “Souvenir”, en dónde se ve como el hardcore inicial que influenció a la banda, busca a través de un funky aceleradísimo y cortes abruptos, preparar al tema para que se acelere frenéticamente con el devenir del estribillo, en dónde la letra, es letalmente sexual y funciona como una especie de manifiesto histérico de la pulsión provocada por el avisoramiento de “buenas carnes” femeninas. .
Estos temas, quizá son una pequeña exposición del recorrido musical, de para muchos la banda más interesante que transitó los 90’. Básicamente los 3 discos, editados por DDT por aquellos años, buscan hacer pie, en el famoso slogan del rock, ese que habla de “sexo, drogas y rock and roll”. El primero “Sexcaletric”, a través de los fraseos vocales, (escuchar las “s” cantadas a la velocidad de la luz), que pronuncia Sharly, sumado a la combustión hardcore de la batería y el bajo más las guitarras cortantes, hablan de una narrativa constante en tocar tópicos relativos a maremotos orgásmicos juveniles y la ansiedad que estos producen. El segundo disco “Modelo 96”, parece encontrarse en un plan hedonista, dónde la experiencia con sustancias non-sanctas, sirven para narrar el ridículo del mundo estético y filosófico de los 90’, en Argentina. Casi como si Tula, hubiera entrado en el Vip del cielo, y en el encuentro se genere una atmósfera de modernidad que acaricia lo “Tecno-lumpén”.
El tercero, “Simpatía por los Demonios”, y depositándose como previsores del destino “kamikaze”, al cuál la misma esencia de su música los llevaría, es solo “rock”, pero del crudo y visceral, sin caer en ningún tipo de argucia marketinera. Ya no hay ganas de experimentar, ni de ironizar, sino solo de enfrentar la decepción del fin de siglo, a puro rock and roll. El disco, sirve como ejemplo perfecto para cerrar una década en la cuál, muchos creíamos que hacia fines de la misma, íbamos a estar bailando temas de Los Peligrosos Gorriones, y decepcionados nos encontramos, que en el ámbito de cualquier disco, ya solo había espacio para la murga.
Le sigue a continuación temas más recientes como “Rocketer”, “El Corte Inglés”, “Stanley”, “Avant-Garde” y “El Último Grito de la Moda”, canciones dónde el juego que propone el “Demonio del under”, es otro. Vapuleado ya todo dogma alterativo de alternatividad, los temas van a tratar sobre la genealogía urticante de la “universidad de la calle”, ya sea históricos (en el “Último grito..”, se ironiza sobre el famoso asado de los fieles peronistas), y la música enmarcada sobretodo en una guitarra ebria de Funk-Punk, adornada de bases electrónicas y aprovechando la capacidad guerrera y aplanadora de su baterista, Mauro Riccieri (baterista enérgico que parece “aletear” la batería como si fuera un tábano del trópico perdido en Buenos Aires), va a determinar que el recordado “anarco” de la disco de “Modelo 96”, se deposite en el baile de la vida misma, con los tropezones y goces que esto acarrea.
El show cierra con “Weekend”, tema pionero en el ámbito local, en lo que respecta al tecno-rock, y dónde la canción ya clásica, sirve como cierre perfecto, de la dinámica adictiva y desafiante, (casi bordeando un heroico grotesco), que de la mano de “Sharly”, la banda propone en cada show.
Así paso DDT, banda ya con 15 años de trayectoria, que a través de su arte, siempre pareció emanar una música que podríamos denominar como “Bonzo Rock”, a partir de sonar demasiados punks para los alternativos y demasiados sónicos para los punks, pero que pese a esto, cae siempre bien parada, (a partir de la “iconicidad” de su líder), en el valioso lugar de perfectos antihéroes, que nos sirve para dar cuenta de un adecuado concepto del rock y la vida misma, frente a la dudosa reputación “aséptica”, que encontramos en las numerosas bandas de estadio o que periódicamente recorren los corporativos festivales de música actuales, o acaso, ¿Vos crees que todo está bien en el rock de hoy en día ?
Bernardo Damián Dimanmenendez
La noche ya era tarde, demasiado tarde, casi las 4 y 30 de la madrugada. Ya algunos habían atesorado algún cortejo que horas atrás había empezado y otros, en cambio, sin obtener los resultados esperados, buscaban cobijo en los vapores etílicos.
El show de D.D.T, abre con “Dandy Rock Club”, uno de esas gemas musicales que Sharly y los suyos ofrecieron como intentando hacer una pangéa del sónido sónico y la fuerza punk.
Las quintas distorsionadas con cámara de la Gibson Les Paul, asoman, mientras los fraseos nasales y veborrágicos a la vez, encajan simplemente perfectos, logrando un tema bailable y efusivo a la vez, que es finalizado, con la melodía “cocktail teenager” del final.
Le sigue otro tema de los clásicos como es “Souvenir”, en dónde se ve como el hardcore inicial que influenció a la banda, busca a través de un funky aceleradísimo y cortes abruptos, preparar al tema para que se acelere frenéticamente con el devenir del estribillo, en dónde la letra, es letalmente sexual y funciona como una especie de manifiesto histérico de la pulsión provocada por el avisoramiento de “buenas carnes” femeninas. .
Estos temas, quizá son una pequeña exposición del recorrido musical, de para muchos la banda más interesante que transitó los 90’. Básicamente los 3 discos, editados por DDT por aquellos años, buscan hacer pie, en el famoso slogan del rock, ese que habla de “sexo, drogas y rock and roll”. El primero “Sexcaletric”, a través de los fraseos vocales, (escuchar las “s” cantadas a la velocidad de la luz), que pronuncia Sharly, sumado a la combustión hardcore de la batería y el bajo más las guitarras cortantes, hablan de una narrativa constante en tocar tópicos relativos a maremotos orgásmicos juveniles y la ansiedad que estos producen. El segundo disco “Modelo 96”, parece encontrarse en un plan hedonista, dónde la experiencia con sustancias non-sanctas, sirven para narrar el ridículo del mundo estético y filosófico de los 90’, en Argentina. Casi como si Tula, hubiera entrado en el Vip del cielo, y en el encuentro se genere una atmósfera de modernidad que acaricia lo “Tecno-lumpén”.
El tercero, “Simpatía por los Demonios”, y depositándose como previsores del destino “kamikaze”, al cuál la misma esencia de su música los llevaría, es solo “rock”, pero del crudo y visceral, sin caer en ningún tipo de argucia marketinera. Ya no hay ganas de experimentar, ni de ironizar, sino solo de enfrentar la decepción del fin de siglo, a puro rock and roll. El disco, sirve como ejemplo perfecto para cerrar una década en la cuál, muchos creíamos que hacia fines de la misma, íbamos a estar bailando temas de Los Peligrosos Gorriones, y decepcionados nos encontramos, que en el ámbito de cualquier disco, ya solo había espacio para la murga.
Le sigue a continuación temas más recientes como “Rocketer”, “El Corte Inglés”, “Stanley”, “Avant-Garde” y “El Último Grito de la Moda”, canciones dónde el juego que propone el “Demonio del under”, es otro. Vapuleado ya todo dogma alterativo de alternatividad, los temas van a tratar sobre la genealogía urticante de la “universidad de la calle”, ya sea históricos (en el “Último grito..”, se ironiza sobre el famoso asado de los fieles peronistas), y la música enmarcada sobretodo en una guitarra ebria de Funk-Punk, adornada de bases electrónicas y aprovechando la capacidad guerrera y aplanadora de su baterista, Mauro Riccieri (baterista enérgico que parece “aletear” la batería como si fuera un tábano del trópico perdido en Buenos Aires), va a determinar que el recordado “anarco” de la disco de “Modelo 96”, se deposite en el baile de la vida misma, con los tropezones y goces que esto acarrea.
El show cierra con “Weekend”, tema pionero en el ámbito local, en lo que respecta al tecno-rock, y dónde la canción ya clásica, sirve como cierre perfecto, de la dinámica adictiva y desafiante, (casi bordeando un heroico grotesco), que de la mano de “Sharly”, la banda propone en cada show.
Así paso DDT, banda ya con 15 años de trayectoria, que a través de su arte, siempre pareció emanar una música que podríamos denominar como “Bonzo Rock”, a partir de sonar demasiados punks para los alternativos y demasiados sónicos para los punks, pero que pese a esto, cae siempre bien parada, (a partir de la “iconicidad” de su líder), en el valioso lugar de perfectos antihéroes, que nos sirve para dar cuenta de un adecuado concepto del rock y la vida misma, frente a la dudosa reputación “aséptica”, que encontramos en las numerosas bandas de estadio o que periódicamente recorren los corporativos festivales de música actuales, o acaso, ¿Vos crees que todo está bien en el rock de hoy en día ?
Bernardo Damián Dimanmenendez