miércoles, 31 de octubre de 2007

Junkie Rock Show


El pasado sábado bien entrada la madrugada, la agrupación DDT, se presentó en el Salón Pueyrredón. Con 15 años de carrera, y diversas formaciones, a partir de la separación del grupo original en 1999, Sharly su líder y cantante, aporta cada vez más, con el paso del tiempo, esos granos de arena, que hacen de aquellas personas que transitan con talento por el lado sinuoso de la vida, antihéroes plenos con inquilinato asegurado eternamente, en el lado oscuro y seductor del rock.

La noche ya era tarde, demasiado tarde, casi las 4 y 30 de la madrugada. Ya algunos habían atesorado algún cortejo que horas atrás había empezado y otros, en cambio, sin obtener los resultados esperados, buscaban cobijo en los vapores etílicos.
El show de D.D.T, abre con “Dandy Rock Club”, uno de esas gemas musicales que Sharly y los suyos ofrecieron como intentando hacer una pangéa del sónido sónico y la fuerza punk.
Las quintas distorsionadas con cámara de la Gibson Les Paul, asoman, mientras los fraseos nasales y veborrágicos a la vez, encajan simplemente perfectos, logrando un tema bailable y efusivo a la vez, que es finalizado, con la melodía “cocktail teenager” del final.
Le sigue otro tema de los clásicos como es “Souvenir”, en dónde se ve como el hardcore inicial que influenció a la banda, busca a través de un funky aceleradísimo y cortes abruptos, preparar al tema para que se acelere frenéticamente con el devenir del estribillo, en dónde la letra, es letalmente sexual y funciona como una especie de manifiesto histérico de la pulsión provocada por el avisoramiento de “buenas carnes” femeninas. .
Estos temas, quizá son una pequeña exposición del recorrido musical, de para muchos la banda más interesante que transitó los 90’. Básicamente los 3 discos, editados por DDT por aquellos años, buscan hacer pie, en el famoso slogan del rock, ese que habla de “sexo, drogas y rock and roll”. El primero “Sexcaletric”, a través de los fraseos vocales, (escuchar las “s” cantadas a la velocidad de la luz), que pronuncia Sharly, sumado a la combustión hardcore de la batería y el bajo más las guitarras cortantes, hablan de una narrativa constante en tocar tópicos relativos a maremotos orgásmicos juveniles y la ansiedad que estos producen. El segundo disco “Modelo 96”, parece encontrarse en un plan hedonista, dónde la experiencia con sustancias non-sanctas, sirven para narrar el ridículo del mundo estético y filosófico de los 90’, en Argentina. Casi como si Tula, hubiera entrado en el Vip del cielo, y en el encuentro se genere una atmósfera de modernidad que acaricia lo “Tecno-lumpén”.
El tercero, “Simpatía por los Demonios”, y depositándose como previsores del destino “kamikaze”, al cuál la misma esencia de su música los llevaría, es solo “rock”, pero del crudo y visceral, sin caer en ningún tipo de argucia marketinera. Ya no hay ganas de experimentar, ni de ironizar, sino solo de enfrentar la decepción del fin de siglo, a puro rock and roll. El disco, sirve como ejemplo perfecto para cerrar una década en la cuál, muchos creíamos que hacia fines de la misma, íbamos a estar bailando temas de Los Peligrosos Gorriones, y decepcionados nos encontramos, que en el ámbito de cualquier disco, ya solo había espacio para la murga.
Le sigue a continuación temas más recientes como “Rocketer”, “El Corte Inglés”, “Stanley”, “Avant-Garde” y “El Último Grito de la Moda”, canciones dónde el juego que propone el “Demonio del under”, es otro. Vapuleado ya todo dogma alterativo de alternatividad, los temas van a tratar sobre la genealogía urticante de la “universidad de la calle”, ya sea históricos (en el “Último grito..”, se ironiza sobre el famoso asado de los fieles peronistas), y la música enmarcada sobretodo en una guitarra ebria de Funk-Punk, adornada de bases electrónicas y aprovechando la capacidad guerrera y aplanadora de su baterista, Mauro Riccieri (baterista enérgico que parece “aletear” la batería como si fuera un tábano del trópico perdido en Buenos Aires), va a determinar que el recordado “anarco” de la disco de “Modelo 96”, se deposite en el baile de la vida misma, con los tropezones y goces que esto acarrea.
El show cierra con “Weekend”, tema pionero en el ámbito local, en lo que respecta al tecno-rock, y dónde la canción ya clásica, sirve como cierre perfecto, de la dinámica adictiva y desafiante, (casi bordeando un heroico grotesco), que de la mano de “Sharly”, la banda propone en cada show.
Así paso DDT, banda ya con 15 años de trayectoria, que a través de su arte, siempre pareció emanar una música que podríamos denominar como “Bonzo Rock”, a partir de sonar demasiados punks para los alternativos y demasiados sónicos para los punks, pero que pese a esto, cae siempre bien parada, (a partir de la “iconicidad” de su líder), en el valioso lugar de perfectos antihéroes, que nos sirve para dar cuenta de un adecuado concepto del rock y la vida misma, frente a la dudosa reputación “aséptica”, que encontramos en las numerosas bandas de estadio o que periódicamente recorren los corporativos festivales de música actuales, o acaso, ¿Vos crees que todo está bien en el rock de hoy en día ?

Bernardo Damián Dimanmenendez

jueves, 25 de octubre de 2007

La Cuestión del gusto, un muro aún infranqueable


El pasado martes las agrupaciones The Tormentos, Michael Mike y El Cuarteto de Nos, inauguraron el nuevo ciclo musical de primavera en la ex aceitera Nidera. Cada banda expuso su manera de entender la música, aunque en el fondo el hiato que no permite entender claramente el concepto de rock, quedó demostrado una vez en la carraspera reaccionaria de parte del público.


Últimos fríos del año como resabio final de un crudo invierno que quedará en la memoria de todos, tanto por los resfríos interminables como por la histórica nevada producida.
Quizá el rock tuvo un mandato original en el cuál más allá de la calidad musical o de interpretación del mismo, ponía como plusvalía implícita y valiosamente agregada, la composición democrática de su práctica, cualquiera sea la persona ejecutante o el tipo de variante genérica musical practicada, sin embargo, algo paso en el camino para que en el supuesto libre albedrío que se predica, (cada vez que se habla de la importancia multiculturalista del siglo XXI), en realidad se esconden las fauces feroces de un perverso ejercicio de mercadotecnia, a partir del cuál el arte y particularmente la música, sufre de este exceso, cayendo en una solemnidad de parte del público, que roza la disciplina más férrea practicada en algún puesto fronterizo de gendarmería (como si fuera un tribunal que ejerciera una justicia “Plutocrática”), en lugar de incitar la supuesta libertad de formas que envuelve a algo tan ecléctico como la misma cultura rock.
La velada se inicia pasadas las 8 y media de la noche, con la aparición de la agrupación smusical The Tormentos. Banda homogénea y sólida musicalmente, desarrollan un surfer ácido y acelerado, como si de repente, se tratara de la banda de sonido de alguna película de Russ Mayer o de “Spaghetti Western”, y en cada acorde de guitarra, o golpe de batería, aparecieran súbitamente espectros fantasmales de Tura Satana o de Clint Eastwood.
Conscientes de sus virtudes y defectos, no caen en ninguna dosis de fetichismo estético, sino que retrotaen de manera acertada una atmósfera visual y sonora.
Extraída su vestimenta del buen manual “fifty americano”, su performance fue seductora (destacándose “Ufo Incident”, “Tormentos”, “Dagstrip Night” y “Bad Day on the Midway”) pese a algún que otro problema técnico (rotura de cuerdas y “tacho” de batería), que les jugó en contra y comenzó a potenciar cierta penosa irritabilidad del público concurrente.
Una hora más tarde Michael Mike, los nuevos “hijos del rock”, en el sentido de su renovadora y seductora propuesta musical, que produce la revitalización del género musical, despertando a través de su arte la chispa innovadora y necesaria, para demostrarle al oyente que lo nuevo viene de la mano del riesgo y valentía para doblar dogmas o conceptos artísticos establecidos, (sumado obviamente a la dosis necesaria de ingenio), como ocurre, con los grandes talentos en cualquier actividad ya sea artística, científica o deportiva.
El show, abre con el “El ritmo que pide el barrio”, luego pasan por esos temas plenos de “alterlatinidad” sonora como lo son “El Amante Latino”, “Rojo + Que Negro”, “El Andén”, entre otros, y cierran con la pegadiza “Charly Border”.
Poco antes del cierre, ya se escucharon un par de pequeños abucheos, a lo que en un momento uno de los integrantes sugirió irónicamente y a viva voz, a otro de la banda : “Che Cuca, creo que nos están abucheando, ¿que hacemos?”
El show de Michael Mike demostró, (más allá de que el nivel de sonido estuvo por debajo de lo normal), porque son una de las promesas más interesantes del rock nacional, a partir de su versatilidad y frescura para desempeñarse en vivo, más allá de que el contexto, no sea el predilecto, pero justamente una banda se pule constantemente, imponiéndose a cualquier aspereza, sino recordar las mil y un naranjas que los “cadáveres hippies” arrojaron contra los Virus, en el Buenos Aires Rock del 82’, por lo que ya sabemos de antemano que justamente la masa nunca es indicadora de idoneidad en lo que respecta a geometrías creativas.
El cierre estuvo a cargo del Cuarteto de Nos, grupo de una larga trayectoria que tiene más de 10 albúms editados, y que han mutado hacia un sonido más “aggiornado” a melodías rioplatenses como lo son el candombe, o la murga, a partir de la edición de su último disco “Raro”, en dónde se ve la incidencia del sonido latino con que se produce últimamente a numerosos conjuntos rioplatenses, a partir de la idea de preconcebir toda banda de esta parte del mundo, como si fuera un “tropo” (o sea la idea de emplear algo con fines estéticos para que estos le aseguren un rédito comercial).
Pareciera ser que el sonido Santoalla es tomado, como un ángel que salvaguarda a los artistas de inmiscuirse por cualquier camino no aventurado, cuando justamente lo que hizo grande al rock, fue el atrevimiento de los músicos de perderse por caminos vírgenes y en cuya exploración los defina como conquistadores de un nuevo mundo de sonidos y formas compositivas. Esto, sintéticamente es un craso error, porque si sabemos de quién esta detrás Santoalla, (más allá de sus dotes artísticos, que igual siempre son discutibles, porque en última instancia es un ser humano como todos), determina que el arte de las bandas, se pierda en un mero ejercicio de mercadotecnia.
Aquí el hecho no es discutir la trayectoria ni la cualidades interpretativas del Cuarteto de Nos, (el sonido estuvo bien pulido cuando tocaron, destacando entre otras, las “hiteras” “Nada es gratis en la vida”, “Yendo a la casa de Damián”, “Ya no se que hacer conmigo”), pero si es de mencionar, la decodificación de la imagen acústica del arte ofrecido que realiza su público.
Es una constante que personas que no superan los 25 años, entiendan al rock, como un elemento donde lo que determina el buen gusto, sea mostrarse como un misógino carente de repensarse como ser humano, sensible y sujeto a todo desmedro corporal y cognitivo. Esa especie de prefiguración “vikinga”, como si fuera el rock algo estoico, forma parte de una “perestroika”, que confunde la esencia amorfa del rock, con las reglas de un regimiento patricio.
Así paso otra noche de música, en dónde una vez más queda la incógnita, de que si por una cuestión de falta de curiosidad, o por el achatamiento cultural y económico que el país viene sufriendo, la sensibilidad en la forma de entender al arte, ha quedado tan lapidada, que muchos escuchas de rock, aún no pueden diferenciar que lo nuevo, hace a la renovación y al cambio del punto de vista conceptual de la mismo música, o acaso ¿No se preguntan que escucharían Brian Jones o Syd Barret si estuvieran vivos?.

Bernardo Damián Dimanmenendez

miércoles, 17 de octubre de 2007

Gondóla idónea


El pasado miércoles en Claps se presentó El Carro de Yaggernat . En tiempos dónde la esencia del cantautor de rock, parece encontrarse olvidada en un cúmulo de “fashionismo” y sobredosis estética, el carruaje musical de la banda, recupera la tragedia vivida del mejor “Pub rock” de fines de los 70’, ese que narra la contradicción de ser cosmopolita y a la vez, sentirse plagado de vísceras espirituales que alimentan eternamente las mieles de los poetas salvajes.

Claps, era el lugar dónde “El Carro de Yaggernat” haría su presentación, y tal vez la atmósfera subterránea que envuelve el lugar, una vez descendida la escalera, ofrece un espectro contextual, para que la esencia de su música, se acomode de manera idónea al concepto de “pub rock” (ese que sirvió de embrión al New Wave neoyorquino, y que tuve como máximos exponentes a Tom Verlaine de Televisión y a David Byrne en sus inicios con los Talking Heads), que parece bajar a través de las letras y la sonoridad de sus temas.
El alma salpicada de todo los vaivenes que recorren el laberinto asfáltico, quedando como opción de salida, la catarsis del mismo arte.
Así la música de “El Carro de Yaggernat” posee esa arritmia melódica, que parece extraída del mismo pulso que embriaga las venas del ser humano sensible y a la vez voyeaur, de todo el grotesco epiléptico de la vida del siglo XXI.
Abren con “Globo Sonda”, y ya desde el comienzo, el corazón musical de los Yaggernat sigue la arritmia cerebral de su cantante Aníbal Paz. A partir de esto, la banda teje una especie de decorado musical sobre las letras, acomodándose y aprovechando la capacidad de intérprete esquizoide de su cantante, de esta manera la base (batería y bajo), entran de manera adecuada según el vuelo vocal, y la guitarra a través de un prolijo sonido evita los acordes pesados, entrando en el juego de arpegios y minimalismo de riffs y solos, que sirve para alumbrar la voz, como si fuera esas fogatas campestres dónde las chispas tiñen un paisaje perfecto de descanso y redención ante tanto abatimiento espiritual.
Así evitando cualquier exceso, que los lleve a formas musicales en dónde el exceso los lleve a incendiarse y descolocar su naturaleza sonora, la banda sigue con “Once”.
Si el poeta trágico le canta a su dolor contextual, cae por decantación que si de selva cosmopolita hablamos, ninguna muestra podría ser más efectiva que citar al barrio de más variada fauna, donde al caminar se explora visualmente a cada paso, el universo ecléctico y multiforme de la raza humana, como si uno alunizara en un planeta exterior y lo más cercano a algún sesgo de humanidad, sea mirarse por un momento las propias manos para tratar de reafirmar que todavía estamos en el planeta tierra.
Le sigue “I was Stending”, casi como huella de un camino pasado de los yaggernat, ya que la capacidad vocal y de avizorar pequeños mapas de frenesí y contusión del alma que dan cuenta sus letras en castellano, hacen necesarias la regionalización local de sus letras, actualizando un legado que mezcla la tragedia sentimental y la ironía espiritual del primer “Palo” Pandolfo de “Don Cornelio y la zona”.
Arrítmicos, cerebrales y sobretodo plagados de una mimética intimista que los deposita como decoradores musicales, más que como performers de grandes escenarios, el tracto digestivo de sus temas, logran caer acertadamente fluidos para el oyente harto de los shows y grandes festivales, en dónde la cuestión de pertenencia a la cultura rock, pasa más por un ejercicio de mercadotecnia, que por la misma música.
De este modo los Yaggernat van hacia acertadamente hacia el mismo “neardenthalismo” del rock, ese que une en misas intimitas las ganas de contarle algo al mundo de los mismos músicos y de lograr el regocijo de los oyentes al escucharlas.
Píldoras sonoras psicotrópicas siguen partiendo del escenario, y así pasan “Xul-Solar”, “Reggae Nº1”, “El Cúmulo”, “Wait” y cierran con “El invierno”, en dónde la banda pierde acertadamente su aceitada musicalidad, para derramar un semén desprolijo instrumental como si fuera un coito incestuoso y fatídicamente seductor.
Últimamente es de notar en la música, una brecha entre el cantautor que narraba la ironía y al ridículo de la vida misma, aceptándose como un absurdo y pleno de errores más allá de su nivel cognitivo, (recordar la famosa frase nitzcheana pese a los alardes wagnerianos “Yo soy feo”) y el que hace de la tragedia solo una exploración “egonomaníaca”.
A partir de lo expuesto por El Carro de Yaggernat, se recuperan esos valores que depositan al verdadero poeta, del lado más idóneo: El salvaje, y que lejos esta de buscar su inspiración en alguna góndola de tatuajes de La Bond Street.


Bernardo Damián Dimanmenendez

miércoles, 10 de octubre de 2007

Alegría y Vintage


El pasado sábado en el hotel Bauen, se presentaron las agrupaciones Cinerama y Superflan. En el marco de un show, que sirvió como pequeño decálogo de reactualización de la etapa más fresca y vivaz del pop nacional (esa que va del año 83’ al 87’), en dónde la simpleza de las letras se decora de música democráticamente afectuosa para el público. .

El hotel Bauen que funciona como eficaz cooperativa auto-gestionada, y desde hace años realiza acertadamente en su sótano de gala, todo tipo de fiestas y eventos musicales, fue el lugar elegido para la velada musical de sábado por la madrugada.
Quizás la estética del lugar, la cuál es plenamente “ochentosa”, y se encuentra plagada de espejos en las paredes, con alfombras por doquier, (como si el fantasma de la recordada “boite” Mau-Mau siguiera viva), pareció ser el marco ideal para que bandas que entienden tan bien el concepto de cancionata pop-vintage argentino, como lo son Cinerama y SuperFlan, brinden los soplos musicales que la noche ameritaba.
Cinerama, (banda que cuenta con un LP editado el año pasado “Ahora o nunca”), abrió la jornada con “Un Ángel”, tema que retoma los “proto-riffs” del inicio del rock sónico argentino y que sirve como esqueleto musical del principio de la canción, (escuchar “Fin de semana salvaje” de los Brujos), mientras la base de bajo frasea cortante y la batería es continuamente poderosa. A partir de esta ecuación musical, los cinerama caen acertadamente en el plan de estribillo “hitero”, logrando destilar una musicalidad “vintage” que los acerca al Charly García de “Clix Modernos”, o al primer Calamaro de “Hotel Calamaro”. Le sigue a esta, “Yo usé tu amor”, de propuesta más directa y básica, en dónde el comando del tema pasa por la voz de su cantante (Santiago), y cerrada por el solo, como si se tratara del final de un spot publicitario, de esos que eran frecuentes en las publicidades comerciales de hace 20 años.
Le sigue el cover de Fito Paez “Fue Amor” y para no perder la sintonía de resignación sentimental suena “Escapar”, balada que pareciera extraída de los programas nocturnos de Radio el Plata, de principios de los 80’, cuando los hippies argentinos comenzaban su réquiem y el reviente toxicológico de sus sobrevivientes era ya una realidad.
Si de renacimiento y de readaptación a un contexto musical nuevo se trata, nada mejor que revisionar la obra de Charly en los 80’. Así los Cinerama, hacen un “medley” con un par de temas de la camaleónica y acertada música del “bi-color” durante dicho tiempo.
Casi cerrando suena “Terror”, tema de soporíferas programaciones, que va en un “in-crescendo” (legado bien retomado de “Colores Santos”), a través de la seducción funk de la guitarra, y que se vuelve inesperadamente ecléctico, a partir de la participación como invitado en la voz del rapero “El Ghetto”, la cuál tiño de cierto matiz “hip-hopero”, una canción que aparentaba un color “shoegaze” electrónico. Finalmente, cierran con “Ahora o nunca”, y los aplausos son merecidos como esos films en dónde la obra es circularmente bien llevada, salvo que en este caso la proyección es solo sonora.
A continuación Superflan, sirvió un postre ameno plagado de sonoridades musicales, “funky disco” que albergó las huestes naturalmente rockeras hacia fines de los 70, de Rod Stewart o los Rolling Stones.
Banda que hace de su afección nómade un legado en dónde la alegría no es buscada sino ofrecida, como un desafío valeroso que deja atrás cualquier temporal sensación de angustia o pena pasada. Casi como si el dogma de principios de Los Orions (ese que decía “Toda la noche tocando en una banda de rock and roll..”), se haga presente de manera instantánea.
Arropados uniformemente de “elegante new-wave” oscuro, los Superflan, abren con la bailable “Nena Rolling”, para pasar luego a “Dejen los Problemas”, “Te voy a extrañar” y “Libertad”, para luego ejecutar un popurrí de covers de temas tan disímiles como lo son “Miss You” de los Stones o “Sweet Child of Mine” de los “Guns and Roses”.
Así paso la noche de música, en dónde se observó que tomar elementos añejos, siempre es sustancial en la música para dar cuenta que todo presente sonoro, tiene un pasado soñado o anhelado, y reactualizarlo es siempre válido, mientras se realice en forma acertada y sin caer en los errores de la burda copia o falta de ideas. Cinerama y Superflan así lo reflejaron, solo faltó que a la salida regalen los famosos chupetines “Topolinos” y porque no, ver pasar juntos y de la mano al “Goyco” y Susana Romero.

Bernardo Damián Dimanmenendez