sábado, 18 de agosto de 2007

Periodismo musical "kamikaze": La estela gloriosa del viento trágico y divino. Primera Parte


El periodismo de rock, siempre ha sido un campo para que numerosos jóvenes empapados de surrealistas ideas atmosféricas y llevados por un afán de dar cuenta de experiencias estéticas nuevas, (que superan incluso las establecidas por los códigos lingüísticos), logren transmitir a sus lectores mediante sus palabras, sensaciones o conceptos que permanecían escondidos, aún delante de su visión u oídos. Pasados más de 40 años del comienzo de la relación entre periodistas y músicos de rock, ¿Qué fue lo que ocurrió en el medio para que la relación de ambos, adopte una dialéctica de “misoginia corporativa”, que desploma un cabal horizonte de reflexión sobre las obras producidas y el legado de las mismas?, ¿Hay posibilidad, (ocurridas ciertas “tragedias griegas”), de que el mismo periodista sea un valioso “médium”, que logre hacer replantear a músicos y escuchas, sus condiciones de recepción y de valoración contextual de las obras, más allá del halo comercialmente utilitarista, que envuelven a las mismas?

Perdidos y desmenbrados
Mucho tiempo antes del mismo inicio del rock, a partir del abatimiento de los jóvenes de entre guerras, y con Francis Scott Fitzgerald como abanderado de la por entonces denominada “Lost Generation”. Sus escritos dan cuenta, de la confusión trágica que envuelve incluso a las mismas personas que aparentemente detentan un andar victorioso, sean hombres o mujeres. Por entonces, el jazz se imponía como la nueva música más aceptada por los jóvenes, y parte de esa improvisación misma del jazz, rodeado de vértigo y ausente de formas aceptadas, servía para ilustrar metafóricamente, la impotencia de las normas institucionales para brindarle a miles de jóvenes desempleados o disminuidos físicamente por la primera guerra mundial, una solución a sus problemas, ante los cuáles improvisaban toda una lista de quehaceres diarios para poder hacerle frente a su alicaída existencia.

“Acid-jazz”, “Beatniks” y contracultura psicodélica.
A mediados de los años 50’, el comienzo de la guerra fría, y la emergencia de la megápolis, que por un lado aparentaba toda una estética de confort y modernismo, pero que en recónditos de su estructura, circulaban sigilosamente personas que no podían soportar tanta masa amorfa de seres inanimados. Ingesta de sustancias prohibidas mediante, concurrían a lugares en los cuáles no había aún reglas de convivencia reguladas institucionalmente y eran ávidos de escuchar nuevas formas de prácticas musicales (como lo era por ese entonces el “acid-jazz”, practicado por Charly Parker). De esta manera encontraban un lugar apropiado para calmar todo su maremoto hormonal.
Inmersos en un terreno, en dónde el exceso alcohólico, la aparición de la marihuana, la acentuación de la presencia de drogas más duras como la heroína, la sexualidad no convencional, sumado a la incomodidad situacional que los lleva constantemente escapar sin rumbo definido de la misma urbe dónde habitaban, surgen los “Beatniks”. De palabras que parecen expresar una sonoridad y vértigo similar al expresado por el “acid-jazz”, de por ese entonces, sirven de plataforma para que su legado y filosofía de convivencia, sea un instrumento de acción de la primera generación plenamente curtida de cultura rock, como va a ser la de los 60’.
Luego del correcto formalismo mediático de los primeros 60’, (fundamental para que el mundo conociera a los Beatles y Rolling Stones), las cosas parecen cambiar.
Así revolución sexual y Vietnam de por medio, aparecen por mediados de esa década los “acid-writers”. Periodistas o jóvenes escritores, nutridos de toda una cultura lisérgica, que a través de sus escritos llenos de color y desbordantes de palabras; nutrieron, humanizaron e hicieron madurar al mismo rock. Logran al mismo tiempo, que las prácticas contraculturales de ese entonces, se masifiquen, apoyados en una ideología plenamente contracultural, como si fuera el aullido que pide a gritos un cambio.
Standarizada la cultura psicodélica, y luego de cierto trecho en dónde pareciera que cultura del rock y a la juventud solo pareciera importarle la indulgencia y el apego a las formas excelsas; por encima de un contenido que conlleve el riesgo (síndrome claro de posmodernismo social cuya ola llega hasta los presentes días), aparece el “Pub-writer”.

“Pub-writers”, veborragia filosa de cantina
Aquí ya no hay espacios de convivencia dónde la historias se desarrollen armónicamente. No hay esperanza hippie o misticismo lisérgico, sino solo mugre, hedor e identidades impersonales, decoradas por una fatalidad sentimental y desolación económica.
El “Pub-writer” odia los mega-conciertos, cree que la palabra “amor”, mil veces pronunciada por los hippies, durante los 60’, solo consigue una magra retribución en los 20 dólares que cobran los “super-grupos” de ese entonces. A partir de esto, se nutre de todo lo que se encuentre lejos del “maistream” del rock, de esos tiempos.
Toda esa liturgia plena de odio, desesperación, androginia sexual, adicción y sobretodo “no futuro”, da inicio al punk
En este contexto infectado y alienado, parece estar la clave de la unión del “pub-writer” y el músico punk. Ambos se saben inmersos, en un lugar conflictivo de convivencia, ambos detentan condiciones y capacidades similares de presentarse ante la vida misma. Entonces todo ese respeto hacia los músicos como personas dionísicas desaparece, depositando a ambos en el mismo patio, y con las mismas posibilidades de optar por la salida que más prefieran. El “pub-writer”, da por descontado debido a sus saberes académicos y también a su propia autorreflexión, que cualquier premio de que logre el músico punk, es fácilmente alcanzable por él, desde las misma groupies, hasta el universo que de cuenta su propia arte. Si le reconoce su papel de artesano, y creador de la obra, a partir de lo que expresa su cuerpo al tocar los instrumentos, pero coherentemente lo humaniza, le saca toda plusvalía, más allá de su expresividad musical.
Se disputan un mismo campo de reconocimiento simbólico, (es común que numerosas veces las disputas verbales pasen a los puños entre periodistas y músicos, también sucede que a partir de un mayor background cultural, numerosos periodistas hagan de gurúes musicales de ciertas bandas), o sea una inversión de lo que hasta ese entonces había ocurrido con la música, cuyos ejecutantes se suponían bajados de algún lugar celestial.
El punk muere como parte de la dinámica misma de la música, fagocitándose a sí mismo, como forma de evitar que su “vómito” renovador termine siendo pisado por cualquiera (cosa que igualmente iba a pasar con el correr de los años), y las chaquetas negras son cambiadas por estilizados trajes y corbatas. El pub-writer no puede evitar esta metamorfosis y termina, en un escritorio de la BBC, como “opinológo” de rock.
Era predecible, un nuevo advenimiento del “rock-show”, (sumado al “agiornamiento” del pub-writer), que reestablecieran las condiciones, para la antigua relación entre periodistas y músicos.
Así, el periodismo de rock sufrió durante los 80’, de una excesiva formalidad tomando al rock como un elemento “fashionista” y reaccionariamente ritualista, dónde los músicos formaban en su mayoría (salvo excepciones contadas), parte de una liga de superhéroes, similar a la de las caricaturas animadas (como súmun de todo eso podemos encontrar el video de Van Halen “Jump”).
Bernardo Damián DimanMenendez

1 comentario:

Unknown dijo...

eeee no te olivdes q eddie van halen se la pasaba fumando crack y haciendo tapping durante 16 hs al dia!!