viernes, 24 de agosto de 2007

Periodismo musical "kamikaze": La estela gloriosa, del viento trágico y divino. Segunda Parte.


“Un alarido entre voces mudas”
Siempre que hay heróes de dudosa reputación, es necesario la aparición de “anti-heróes”, que nos recuerden el concepto real de heroísmo y que la humanidad más allá de su diversidad racial y cognitiva, comparte el mismo plano biológico, no exento de crítica o elogio según la ocasión.
Así este embrión de oposición, genera una opción que llevará el nombre genérico de “alternatividad”. De la mano de esto, aparece toda una “otredad”, que condensa toda una bohemia lejos de las luces del estrellato y que deja el exceso de los neones por el intimismo del bar o sótanos. Así después de mucho tiempo, (periodistas jóvenes y adultos se vuelven a encontrar con músicos, contando con la ventaja de saber que toda revolución estética es utópica y con la desventaja, de no terminar de arriesgarse a tomar al toro por las astas). Su dinámica es válida, permitiendo la recuperación de valores rupestres del rock. La escena que genera la misma música, contiene valores y formas de depositarse frente a la vida, que evita sutilmente el “grotesco marketinero”. Lamentablemente estos “new-writers”, no llegan a mucho, y solo queda como eco el alarido de la voz de Kurt Cobain, que aun retumba como el último grito “caversónico”de todo aquel bramido nueva olero y fresco.
Mas allá, de la dinámica “cocktail” que hay en la efervescencia del periodismo británico que junto con las bandas, delinearon el Brit-Pop, (la pimienta la depositan los carismáticos líderes de diversas bandas (sobretodo Oasis, y Blur). Los periodistas anglosajones de ese entonces, híbridos y lánguidamente posmodernos, son una extensión del discurso corporativo de las empresas, sabiendo que acceden a todo, y obvio ni vale la pena levantar alguna bandera por fuera de la línea.
Después de esto el “nadismo” total, solo un ejercicio práctico de mercadotecnia básica bajado por las grandes corporaciones musicales, de manera casi “transpornográfica”. Personalmente pienso que el último atisbo de rebeldía contra el “corporockerismo”, lo llevó adelante el líder de Pearl Jam, (Eddie Veder), en contra del monopolio de Ticketeck en la distribución de entradas, pero la muestra clara de la situación es que mientras los reporteros están más ocupados en subir peldaños siendo políticamente correctos y tomando a los músicos como empleadores que pueden según su desempeño ayudarlo a escalar laboralmente, no enfocan e indagan en su naturaleza artística, generando un campo de disputa ideológica, necesaria para que el rock no se estanque en lagunas que atentan contra su originaria esencia. Entre los músicos, tenemos el nefasto ejemplo de Metallica, cuyos miembros estaban temerosos de terminar comprándose una piscina de oro en lugar de las dos que tenían pensadas, adoptando una actitud cipaya frente a la posibilidad de que la música haga más elástica su forma de adquisición (recordar como comandaban el “bochazo” a Napster).

“De la cuña de Symms a la muleta de Contempomi”
En el plano local, el tema del periodismo musical se inicia con Pelo. Revista meramente didáctica en lo que respecta a la forma de abordar a los músicos y sus obras, y con tendencia a pecar en “lerdeces”, cuando publicaban artículos de penosa calaña como lo eran ¿Con cuál banda del rock argentino te gustaría tocar?. El Expreso Imaginario invoca un lenguaje moderno producto de la clara influencia “beatnik” de sus redactores, pero no implica una actitud desafiante hacia el mismo rock, sino de acompañamiento y de elegancia y hasta cierta devoción platónica con respecto a los músicos. Su interesante narrativa, busca al contrario de Pelo, una mayor reflexión en sus lectores, sin llegar a ubicarse en el lugar alterativo de los “Pub-writer”, sino de cierto confort, evitando la confrontación (igualmente es de tener en cuenta el contexto del gobierno de facto).
Recién el “filo perverso”, aterriza en nuestras tierras de la mano de Enrique Symms y su revista “Cerdos y Peces”. A través de un lenguaje directo, (fuera de toda máscara o convencionalismo), y tomando la renovación espiritual del rock, (impulsada por los Violadores, Sumo y Virus, entre otros), y siempre a contramano de cualquier legado hippie y logrando una dialéctica de rápido choque contra la hipocresía pacata de la sociedad argentina y sus represiones internas y externas. La forma de abordar los temas relacionados al rock y de inclusive entrevistar a sus protagonistas, se mueve en una óptica similar a la de los “Pub-writers”. El músico argentino joven de los 80’, al igual que el periodista de ese entonces no ve con agrado las utopías de cambio de sus hermanos mayores y se encuentra deseoso de vivir un presente en el aquí y ahora. Culto, hedonista y vacunado contra las ideologías, no le hacía asco al reviente de la cocaína ni al sexo casual, pero tampoco le era fácil salir de sus conflictos familiares, laborales, existenciales. Así genera una voz de confrontación rompiendo con todo esquema de dogmático respecto del mismo rock e incluso poniendo numerosas veces a sus protagonistas al borde del ridículo, más allá de valorar su propia música.
Luego de esto, y del fin de la “primavera Alfonsinista”, todo lentamente se va apaciguando teniendo como testamento heroico y de rompimiento final de esa cofradía irónica y talentosa, que se daba entre el músico de rock y el periodista por ese entonces , la carta abierta que Enrique Symms, acertadamente y lejos del chauvinismo mediocrizante (que superada la mitad de los 90’ estallaría como elemento reaccionario para luego terminar de desnudar sus fauces “nazistoides” con la tragedia de Cromagñon), le envía al Indio Solari, (ocurrida la muerte de Walter Bulacio), y que contenía una frase contundente y alertadora de lo que sucedería 13 años más tarde en el recital de Callejeros:
“Indio: Mataron a un invitado tuyo en la puerta de tu casa”.
La necesidad de periodistas jóvenes que supieran darle la justeza narrativa imaginaria a la música que hacia mediados de los 90’, encabezaban la denominada movida sónica (Babasónicos, Martes Menta, Los Brujos, Juana la Loca), y que amenazó con cambiar dentro del rock un cierto orden de cosas, solo logró mover un par de baldosas. Mtv latina comienza por el año 96, la tipificación del packaging de ideas alternativas, (que por estos lares alcanzarían el sumún, a partir del legado de “Jesiquización”, elaborado por unos Babasónicos devenidos en “Babacínicos”). El comunicador de todo esto, debía detentar una estética que represente una especie de “tropo-latino” pero estilizado en una modernidad que cumpla los clichés estéticos que la alternatividad abrazo (Ruth Infarinato, pelo teñido de colores industriales). Son neutros, y su dosis de retórica es básica, como la carmelita que escucha el sermón de la madre superiora del colegio, sin posibilidad de verter algo que revuelva un poco las aguas.
Así, lentamente y con una sociedad sin un “background” claro para hablar de cultura rock, la unión del ámbito futbolero con la música, que confunde armonía o “rupestricidad” vecinal con patoterismo barrabrava, empieza a eyacular su semen rancio y enfermo.
Alentado por periodistas de lengua cómplice y abrazo de Judas (Bebe Contempomi, entre otros), e incapaces de desbordar al propio músico o de superarlos a través del “eco” de escucha que todo periodista musical debe tener, “El Banquete” (como alguna vez mencionó Federico Moura), repleto de alimentos en mal estado y servido a los comensales principalmente por La Bersuit Vergarabat, Caballeros de la Quema, La Renga, y los mismísimos Redondos de Ricota, pronto traería síndromes graves de intoxicación aguda a sus escuchas.
El público se creyó “rockero” por ponerse una remera del “Che” Guevara o la afamada remera “79”, de los Rolling Stones. Rompió todos los códigos de buena convivencia y armonía cada vez que alguna de estas bandas se presentaban en vivo (desde el militarismo para portar los intocables “trapos”, salvo por los “capos designados”, pasando por la agresión a través de bombas de estruendo, puñaladas hacia los mismos fans, e incluso el abuso sexual o físico). Pese a esto, las bandas y el mismo público agredido, continuaban vendiendo el maquillaje extraído del botiquín del leproso, entre las cuáles destacan frases como: “Esto es la fiesta”, “Acá no hay caretas”, “Vamos los pibes” o la clásica “Walter no se murió, que se muera Cerati la p.....”.
El 30 de diciembre del 2004, la supuesta “patria del rock”, enfundo el cañón y salió al ruedo una vez más, pero esta vez, el tiro se disparó por la culata:
“Fontanet: Vender pescado podrido conduce al parricidio”.
Réquiem sin sueños, solo pesadilla de lo que el rock, nunca mereció pero que la demamogia y la indiosincracia argentina misma, queriendo o no tanto, de a poco construyo.

El placer del vuelo, aunque sea por un pequeño momento
Pasados casi 3 años, el panorama del rock de estadio no se modificó, sin embargo, el denominando “rock barrial”, tiene demasiados muertos en el placard, como para detentar algún tipo de credibilidad, solo sostenida por el arcaísmo de los medios, y la falta de opciones y periodistas, que sepan hilar fino para dar cuenta del nuevo panorama del rock argentino.
Casi 12 años después, no se podría hablar de escena pero si de bandas que construyéndose en ámbitos posmodernos, se adecuan al dicho contexto, con altura y creatividad, tratando de traer soplos de aires frescos al rock argentino, que desde hace tiempo funciona a puro pulmotor.
El periodista que logra poner el ojo en la mira, sabe que cuando tocan bandas como Travesti o El Mato a un Policía Motorizado, pasan cosas más allá de la misma música (como subirse a un túnel del tiempo que conduciría al Epstein de Sumo o al Die Shule de los Babásonicos). Por eso mismo, debe arriesgarse a todo, a cambiar la opción de bajada cultural que los medios hacen, teniendo la obligación de poseer un importante “background musical”, que de cuenta de porque en la música actual ocurren determinadas cosas. De este modo, podrá ostear correctamente el germen del pasado y prefigurar el horizonte del presente que se ofrece. Buscando palabras acertadamente panorámicas como las de Fitzgerald, que conlleven la “sonoridad atrayente” que detentaban los “beatniks”, la dinámica incluyente y protagonista de los “pubwriters” de los 70’, la agudeza veborrágica y visceral de Symms; (algunos de los que condensan lo mencionado podemos encontrarlo en Ramiro Baca Paunero, ver la nota que escribió en la Otra sobre Soda Stereo (foto), la dupla que escribió en la misma revista acerca de Peligrosos Gorriones, Federico Granaderos, entre otros).
Ellos y nosotros, luchando contra una infinitud de amoralidad y perogrulladas que destilan heces sifilíticos, exponiéndose con altura al ridículo, sin temor al tropezón. Formulando hipótesis viscerales, que lleven a replantearse al lector su lugar de escucha, confrontándolo plenamente, más allá del resultado final y produciendo un periodismo musical “kamizake”, que más allá del inevitable golpe final, deje la estela de un viento trágico y divino.

Bernardo Damián Dimanmenendez

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