Siempre a lo largo de la historia del arte lo consanguíneo tuvo un papel fundamental en lo que respecta a la creación. Más aún, si nos referimos al rol de la media audiovisual (llámese cine, o denomínese música, desde los hermanos Lumiere en lo fílmico hasta llegar a los Gallagher en la música). Pese a la oxidación, por la excesiva serialización industrial que les quita algo de la frescura de sus inicios, ambas artes permanecen como la de más llegada entre jóvenes y adultos, detentado una pequeña ventaja la música por implicar un menor esfuerzo de codificación en el receptor.
Top Manta, es una de las pocas bandas de la actualidad que adhiere a un discurso de tomar al rock como un elemento de expresión básico, conjugando hedonismo y vigor musical, fuera de todo pretencionismo doctrinario o levantada artística discursivamente demagógica (llamese vanguardia o rock barrial).
La desfiguración sentimental, la disfuncionalidad familiar, el narcoticismo frente al embote visual de la mole muda de cemento, y la irreverencia frente a todo contratiempo, decorado por una consanguinedad que funciona como embrión de la semilla que los hermanos Gómez (Matías en voz y guitarra; Nicolás en guitarra), cultivan para componer su mundo artístico.
Acá no puede haber discurso musical enmarcado en sensibilidad campestre o suburbana, que de cuenta de un patrón claro de sonido que defina un lugar. Capital Federal es una y es otra a la vez. Es el confort “palermígena”, y a la vez la desidia de Lugano, es la “tragicatolicidad” hispana o Italiana, y a la vez, el mutismo Judío, no hay una referencia clara visual, sonora o simbólica sino solo, pastiches de piezas de diferentes colores que se enmarcan en un cuadro multiculturalista y pseudo-progresista.
En ese cuadro contextual heterogéneo, aparece Top Manta, guitarras disparadas de arreglos simples y directos, dónde las melodías son acompañadas certeramente por la correcta potencia de la batería (Alfredo Recalde), y el vigoroso sonido de bajo (Federico Alberto), conjugando un “Power Brit”, que mezcla la base del rock norteamericano de costa oeste de principios de los 90’ (Stone Temple Pilots, Flaming Lips, Alice in Chains), con el colchón sonoro melódico de composición del Britpop mas guitarrero del principio (Oasis y Suede).
Y aquí parece estar el “quid” de la cuestión de su primer Ep (“Top Manta”), editado a principios de este año. Más allá del acercamiento de ciertas bandas sónicas de los 90’, hacia un formato más “brit”, ninguna supo captar la liturgia retórica hedonista y de naturaleza fresca y nueva olera. Top Manta recorre a través de riff veloces, machaques guitarreros aceitados, (como en el caso de “Mi Neurosis”), toda una topografía musical en dónde el vértigo de la misma música se apoya en letras que buscan rastrear un realismo básico que atañe a la esencia cosmopolita, (al contrario del lenguaje surrealista y acertadamente grotesco de las bandas sónicas de los 90’), ya sea a través de la adicción “non-santa”, neurasteria cerebral, e impotencia por un cierto fatalismo sentimental, al saberse inmerso en una mole de cemento, donde la afasia comunicativa parece ser la regla implícitamente aceptada, (en “Como la Gente”, la letra en cierta parte narra “Como la gente, que habla sola al caminar, se disfraza de normal”.)
En dicho tema hay restos fósiles del “hard-alternativo”, a través del uso de octavas descendentes que se apoyan en un baterista que sigue la escuela de los “paleros británicos” (Keith Moon, Mick Avory) y el bajo preciso de sonido gordo que llena los espacios con justeza sin llegar ahogar y cierto “Glam-Noise” del primer Oasis en “Un Chaskido x por la Paz”,(escuchar como la canción alcanza su punto de ebullición y resolución a la vez, a partir del solo de guitarra).
Si el rock se nutre generalmente de una cebada cultivada a partir de elementos irritantes y fatuos de la mass-media o de la vida misma, pareciera ser que los “Hermanos G”, agitaron bien la botella, para que una vez destapada la misma y “combustión artística mediante”, la espuma derramada a través de su música, (y parodiando su mote artístico), intente arrimarse al punto “G” del mismo rock, logrando un orgasmo de locuacidad musical y frescura, que revivifica acertadamente el añejado cocktail de “sexo, drogas y rock and roll”, por fuera de todo dogmatismo mesiánico o chauvinista.
Bernardo Damián Dimanmenendez.
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