lunes, 10 de septiembre de 2007

Marines musicales al ataque


El pasado Domingo en Castorera, la agrupación musical Michael Mike, se presentó ofreciendo un desbordante repertorio, como si se tratase de una invasión musical, usurpando a través de su música todo elemento que no se corresponda con la dosis de hedonismo y festividad que su arte demanda.
Baile, swing, euforia y por sobretodo canciones para que los huesos del esqueleto se muevan sin ningún “auto-stop”, que aviste algún tipo de final.

La música desarrollada como una invasión sonora con el objetivo de ocupar el cuerpo del oyente, a través de un guiño cómplice de ironía y algarabía, que rompa cualquier barrera o muralla construida por ladrillos de lamentos y desgano.
Esa parece ser la tarea de los Michael Mike, combinando de manera adecuada una “operación musical” que desarrolla una fuerte presencia escénica, versatilidad de sus integrantes en el desempeño de los instrumentos y más que nada, canciones que rápidamente invitan al movimiento aleatorio de pies, manos y cuero cabelludo.
Así los “Michael”, metamorfoseados en una especie de “Marines Musicales”, realizan una estrategia de conquista, que comienza en su porte estética y escénica como queriendo recortar, (ya antes de la ejecución de su propio arte), un universo de sentidos enmarcado en la celebración del hedonismo, por el solo hecho de sentirse jóvenes y poseedores de una energía que irradia la pujanza de querer llevarse al mundo, (música mediante) por delante.

El show se inicia con “Rojo + que Negro”, seguida por “Gente Preciosa”, canción que bien podría simbolizar la esencia de estos “Marines Musicales”, a través de un adecuado uso de “break-beats” neoyorquinos del rap de los 80’, y plena de apología narcótica y fiebre parrandera.
Le siguen las ácidas y deformes baladas “Ballena Surtidora” y “Tanta Gente de Color”, poseedoras de un lenguaje que apunta al grotesco surrealista y paradójico de la vida misma (la letra de “Tanta gente..”, narra: “Tanta gente de color, estacionada en mi barrio, en mi plaza, y yo soy judío y nunca nadie supo bien a quién vote”.
Todo ejército cuenta siempre con algunas armas de mayor sofisticación, para dar más firmeza y seguridad a su conquista, entonces traspolado a esta especie de “rangers musicalizadores”, Michael Mike dispara dos de sus mejores piezas, a través de la poderosa y envolvente instrumental “Introversión”, y la eclecticidad e hipnosis musical que emana “Sara”, la cuál es rematada con un épico estribillo catárticamente emocional (pequeño homenaje a lo mejor del “Regio Rock” mexicano, que va desde Molotov a Kinky).
Cualquier invasión necesita de algún rango que defina los planes a seguir, Michael Mike, paradójicamente y al contrario de esto, apoya la composición de su arte, en la versatilidad y capacidad de adecuación “multi-instrumentalista” de sus integrantes. Así salvo la batería y los sintetizadores (propiedad exclusiva de Jean y Wildcat, respectivamente), los demás integrantes, (ya sea, Cuca, Zeca, T.J. y Big M), según la canción, se pasan de un instrumento a otro, ejerciendo con sutileza, una versatilidad, que tiene como objetivo la canción y no el egocéntrismo o “maneísmo individual”, para que la estrategia de “Marines musicales” sea efectiva y contundente, evitando cualquier “Waterloo musical”.
El show continúa con “Perro”, “Porno”, “El Amante Latino” y la imbatiblemente bailable “Charly Border”.
El show cierra con “El Ritmo que pide tu barrio”, (clara influencia del “old dance” de principios de los 90’), quizá como epílogo perfecto, de la idea de invadir toda persona o lugar físico, a través de una sonoridad pegadiza y ecléctica, desarrollada mediante un dinámico lenguaje musical, cuyos efectos de conquista del oyente son inmediatos, casi tanto como las mejores invasiones perpetradas por “marines” o “rangers”, pero afortunadamente, las armas aquí utilizadas, tienen forma de canción.

Bernardo Damián Dimanmenendez




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