El pasado miércoles en Claps se presentó El Carro de Yaggernat . En tiempos dónde la esencia del cantautor de rock, parece encontrarse olvidada en un cúmulo de “fashionismo” y sobredosis estética, el carruaje musical de la banda, recupera la tragedia vivida del mejor “Pub rock” de fines de los 70’, ese que narra la contradicción de ser cosmopolita y a la vez, sentirse plagado de vísceras espirituales que alimentan eternamente las mieles de los poetas salvajes.
Claps, era el lugar dónde “El Carro de Yaggernat” haría su presentación, y tal vez la atmósfera subterránea que envuelve el lugar, una vez descendida la escalera, ofrece un espectro contextual, para que la esencia de su música, se acomode de manera idónea al concepto de “pub rock” (ese que sirvió de embrión al New Wave neoyorquino, y que tuve como máximos exponentes a Tom Verlaine de Televisión y a David Byrne en sus inicios con los Talking Heads), que parece bajar a través de las letras y la sonoridad de sus temas.
El alma salpicada de todo los vaivenes que recorren el laberinto asfáltico, quedando como opción de salida, la catarsis del mismo arte.
Así la música de “El Carro de Yaggernat” posee esa arritmia melódica, que parece extraída del mismo pulso que embriaga las venas del ser humano sensible y a la vez voyeaur, de todo el grotesco epiléptico de la vida del siglo XXI.
Abren con “Globo Sonda”, y ya desde el comienzo, el corazón musical de los Yaggernat sigue la arritmia cerebral de su cantante Aníbal Paz. A partir de esto, la banda teje una especie de decorado musical sobre las letras, acomodándose y aprovechando la capacidad de intérprete esquizoide de su cantante, de esta manera la base (batería y bajo), entran de manera adecuada según el vuelo vocal, y la guitarra a través de un prolijo sonido evita los acordes pesados, entrando en el juego de arpegios y minimalismo de riffs y solos, que sirve para alumbrar la voz, como si fuera esas fogatas campestres dónde las chispas tiñen un paisaje perfecto de descanso y redención ante tanto abatimiento espiritual.
Así evitando cualquier exceso, que los lleve a formas musicales en dónde el exceso los lleve a incendiarse y descolocar su naturaleza sonora, la banda sigue con “Once”.
Si el poeta trágico le canta a su dolor contextual, cae por decantación que si de selva cosmopolita hablamos, ninguna muestra podría ser más efectiva que citar al barrio de más variada fauna, donde al caminar se explora visualmente a cada paso, el universo ecléctico y multiforme de la raza humana, como si uno alunizara en un planeta exterior y lo más cercano a algún sesgo de humanidad, sea mirarse por un momento las propias manos para tratar de reafirmar que todavía estamos en el planeta tierra.
Le sigue “I was Stending”, casi como huella de un camino pasado de los yaggernat, ya que la capacidad vocal y de avizorar pequeños mapas de frenesí y contusión del alma que dan cuenta sus letras en castellano, hacen necesarias la regionalización local de sus letras, actualizando un legado que mezcla la tragedia sentimental y la ironía espiritual del primer “Palo” Pandolfo de “Don Cornelio y la zona”.
Arrítmicos, cerebrales y sobretodo plagados de una mimética intimista que los deposita como decoradores musicales, más que como performers de grandes escenarios, el tracto digestivo de sus temas, logran caer acertadamente fluidos para el oyente harto de los shows y grandes festivales, en dónde la cuestión de pertenencia a la cultura rock, pasa más por un ejercicio de mercadotecnia, que por la misma música.
De este modo los Yaggernat van hacia acertadamente hacia el mismo “neardenthalismo” del rock, ese que une en misas intimitas las ganas de contarle algo al mundo de los mismos músicos y de lograr el regocijo de los oyentes al escucharlas.
Píldoras sonoras psicotrópicas siguen partiendo del escenario, y así pasan “Xul-Solar”, “Reggae Nº1”, “El Cúmulo”, “Wait” y cierran con “El invierno”, en dónde la banda pierde acertadamente su aceitada musicalidad, para derramar un semén desprolijo instrumental como si fuera un coito incestuoso y fatídicamente seductor.
Últimamente es de notar en la música, una brecha entre el cantautor que narraba la ironía y al ridículo de la vida misma, aceptándose como un absurdo y pleno de errores más allá de su nivel cognitivo, (recordar la famosa frase nitzcheana pese a los alardes wagnerianos “Yo soy feo”) y el que hace de la tragedia solo una exploración “egonomaníaca”.
A partir de lo expuesto por El Carro de Yaggernat, se recuperan esos valores que depositan al verdadero poeta, del lado más idóneo: El salvaje, y que lejos esta de buscar su inspiración en alguna góndola de tatuajes de La Bond Street.
Bernardo Damián Dimanmenendez
Claps, era el lugar dónde “El Carro de Yaggernat” haría su presentación, y tal vez la atmósfera subterránea que envuelve el lugar, una vez descendida la escalera, ofrece un espectro contextual, para que la esencia de su música, se acomode de manera idónea al concepto de “pub rock” (ese que sirvió de embrión al New Wave neoyorquino, y que tuve como máximos exponentes a Tom Verlaine de Televisión y a David Byrne en sus inicios con los Talking Heads), que parece bajar a través de las letras y la sonoridad de sus temas.
El alma salpicada de todo los vaivenes que recorren el laberinto asfáltico, quedando como opción de salida, la catarsis del mismo arte.
Así la música de “El Carro de Yaggernat” posee esa arritmia melódica, que parece extraída del mismo pulso que embriaga las venas del ser humano sensible y a la vez voyeaur, de todo el grotesco epiléptico de la vida del siglo XXI.
Abren con “Globo Sonda”, y ya desde el comienzo, el corazón musical de los Yaggernat sigue la arritmia cerebral de su cantante Aníbal Paz. A partir de esto, la banda teje una especie de decorado musical sobre las letras, acomodándose y aprovechando la capacidad de intérprete esquizoide de su cantante, de esta manera la base (batería y bajo), entran de manera adecuada según el vuelo vocal, y la guitarra a través de un prolijo sonido evita los acordes pesados, entrando en el juego de arpegios y minimalismo de riffs y solos, que sirve para alumbrar la voz, como si fuera esas fogatas campestres dónde las chispas tiñen un paisaje perfecto de descanso y redención ante tanto abatimiento espiritual.
Así evitando cualquier exceso, que los lleve a formas musicales en dónde el exceso los lleve a incendiarse y descolocar su naturaleza sonora, la banda sigue con “Once”.
Si el poeta trágico le canta a su dolor contextual, cae por decantación que si de selva cosmopolita hablamos, ninguna muestra podría ser más efectiva que citar al barrio de más variada fauna, donde al caminar se explora visualmente a cada paso, el universo ecléctico y multiforme de la raza humana, como si uno alunizara en un planeta exterior y lo más cercano a algún sesgo de humanidad, sea mirarse por un momento las propias manos para tratar de reafirmar que todavía estamos en el planeta tierra.
Le sigue “I was Stending”, casi como huella de un camino pasado de los yaggernat, ya que la capacidad vocal y de avizorar pequeños mapas de frenesí y contusión del alma que dan cuenta sus letras en castellano, hacen necesarias la regionalización local de sus letras, actualizando un legado que mezcla la tragedia sentimental y la ironía espiritual del primer “Palo” Pandolfo de “Don Cornelio y la zona”.
Arrítmicos, cerebrales y sobretodo plagados de una mimética intimista que los deposita como decoradores musicales, más que como performers de grandes escenarios, el tracto digestivo de sus temas, logran caer acertadamente fluidos para el oyente harto de los shows y grandes festivales, en dónde la cuestión de pertenencia a la cultura rock, pasa más por un ejercicio de mercadotecnia, que por la misma música.
De este modo los Yaggernat van hacia acertadamente hacia el mismo “neardenthalismo” del rock, ese que une en misas intimitas las ganas de contarle algo al mundo de los mismos músicos y de lograr el regocijo de los oyentes al escucharlas.
Píldoras sonoras psicotrópicas siguen partiendo del escenario, y así pasan “Xul-Solar”, “Reggae Nº1”, “El Cúmulo”, “Wait” y cierran con “El invierno”, en dónde la banda pierde acertadamente su aceitada musicalidad, para derramar un semén desprolijo instrumental como si fuera un coito incestuoso y fatídicamente seductor.
Últimamente es de notar en la música, una brecha entre el cantautor que narraba la ironía y al ridículo de la vida misma, aceptándose como un absurdo y pleno de errores más allá de su nivel cognitivo, (recordar la famosa frase nitzcheana pese a los alardes wagnerianos “Yo soy feo”) y el que hace de la tragedia solo una exploración “egonomaníaca”.
A partir de lo expuesto por El Carro de Yaggernat, se recuperan esos valores que depositan al verdadero poeta, del lado más idóneo: El salvaje, y que lejos esta de buscar su inspiración en alguna góndola de tatuajes de La Bond Street.
Bernardo Damián Dimanmenendez
1 comentario:
Sigo desde hace poco más de un año a la banda SUPERFLAN y es notable como se van superando de presentación en presentación.
Como dice la nota, una de las cosas que a mí me gusta de esta banda, además de lo estrictamente musical, es que "ofrecen" una gran alegría en el escenario.
Párrafo aparte para las fiestas que organizan luego de cada actuación en su depto. de Corrientes y Uruguay... inolvidables!!!
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