Numerosas veces el joven negocia constantemente su status simbólico, de acuerdo a modas o texturas ideológicas que lo depositen, en la manera de lo posible, en un hábitat próspero, en dónde el solo hecho de pertenencia a dicho lugar, le otorgue un horizonte de posibilidades mayores de maniobrabilidad en este mundo que hace de llamarse, planeta Tierra.
En la actualidad, el revestimiento de lo que se ofrece, es mayor que el contenido en sí, depositando a la persona, como un vouyeaur, que degusta de manera abstracta, colores y formas, a través de sus ojos, pero sin tener la pleitesía de poder llegar al bocado concreto (dulce o amargo), ya sea para bien o para mal.
La estética de “Buen Día te Quiero Mucho”, de Alfonso El pintor, a priori, parecería ser una muestra más de todo ese albergue acéfalo que hace hoy en día de Palermo, un barrio pleno de producción “eunuca”, pero sin poder a poder ofrecer necesarios elementos fálicos que sirvan de aporte para la construcción de lo denominado “contracultural”.
Los colores Rosa y Blanco, y el título del álbum, denominado “Buen Día te quiero mucho”, parecería nuevamente retrotraernos a ese mundo tibio y naif, que logra a través del relativismo ideológico, y un “demagógico” multiculturalismo, fastidiarnos, debido a la sensación de fraudulento “amiguismo” musical.
Sin embargo, Alfonso el Pintor, se sobrepone, ofreciendo sutilmente, y a través del arte de tapa, juega una carta que podríamos denominar “ancho falso”, en el sentido, de la intriga que se produce en clásico juego de cartas, y que genera una incógnita, por la duda que repentinamente se produce. Así en el amague de cintura estético, surge la pregunta: ¿Las Flores que el chico esconde sobre su espalda, serán ofrecidas a la chica que espera sonriente, o serán guardadas para mejor ocasión?, ¿La situación devendrá en álgida ternura o súbito desencanto?.
Una vez descubierto este inteligente artilugio, el viaje musical de Alfonso El Pintor, propone una bondad creativa, sin necesidad de que la comodidad que esta propague, termine siendo repelente por lo “dulzón”, sino por el contrario, buscando a través de letras que narran sobre la reconstrucción de la identidad, a partir de encontrar en la reflexión transeúnte, y la introspección personal, una nueva “América existencial”, que sirve para purgar los dolores pasados y subir al barco de la vida para navegar con mejor temple, las aguas impredecibles, con la que esta nos salpica a menudo.
El disco presenta un concepto circular, tanto en que respecta, al contenido lírico, como en lo que subyace, a la música en sí, de hecho, las programaciones, entre melifluas y agrestes, (que recuerdan todo ese sopor cándido del primer Kraftwerk, especialmente su álbum, “Ralph and Florian”), recorren desde el primer tema, que le da el título al disco, “Buen día te quiero mucho”, hasta el último “Mi planta de Chichimbra” y las letras dan cuenta de que el viaje expiatorio, se encuentra ausente, de todo sensación parca o vil, conllevando en la amenidad, en la simpleza afectiva y en la aceptación de uno mismo, la plataforma de despliegue de las canciones.
Si el redescubrimiento del “Kraut” de El mato a un Policía Motorizado, busca la veta más enérgica y visceral de “Neu”, como forma de repliegue terrestre frente al frenesí posmoderno (como ejemplo válido de esto, sirven los temas “Amigo Piedra” y “Navidad en los Santos”), la huída de Alfonso El Pintor, se va a ejecutar, a través de un volátil psicologismo.
Entonces a través de un “Kraut” nímbico, la geografía sonora va a adoptar formas más espaciales y menos corpóreas, como podrían ser los nubes o cuerpos celestes espaciales, y en dónde a través de la renuncia al fastidio terrenal, como muestra están las letras de “Calma”, que dice “Yo soy parte del conjunto que no tiene solución, si la casa que construyen al lado de mi casa anda mal, es porque en cámara lenta va, yo salgo a pasear, a ver si el paseo me salva”, o “Me voy”, en dónde se repite numerosas veces la frase, “Quiero renunciar”, hasta llegar al cambio de atmósfera sonora que va acompañada de la frase “me voy, no vuelvo más”.
Como si se trataría de esas películas neo-expresionistas alemanas de Werner Herzog, la exploración o búsqueda, no busca un punto de encuentro concreto, (una vez aceptadas las deficiencias y descubiertas las virtudes), sino que merodea un punto de llegada, pero sin llegar jamás a planteárselo como objetivo o mapa firmemente trazado de antemano, de hecho las programaciones “Kraut”, en dónde se avizora el final de un viaje, como el tema “Viendo A Marte”, parecerían que ostean el rumbo elegido (¿acaso el que lo guió a la fraternidad de una buena compañera?), pero nunca como algo táctil, sino como una visión que aparece delante de los ojos, y a partir de la misma se imagina el objetivo a seguir, pero sin nunca llegar a determinarlo como algo corpóreo, sino como un espectro de deleite.
Esa idea de viaje infinito “Herzogiano” y cosmogónico hacia el interior del inconsciente, es confirmado en la canción, “El tren de las Nubes”, en dónde el aura nímbica perfila el lugar de encuentro, intentando eternizar el alunizaje existencial de placer, (de hecho, sobre el final del tema asoma la frase de destino indefinido que dice “Que nunca llegue el tren, que nunca llegue”, que se repite hasta el final, ayudado por el cierre de ensoñación a través del eco melancólico que se escucha en el punteo de guitarra, (que como a lo largo el disco, no estructura las canciones, excepción del tema “Calma”, sino que se acoplan a un molde o estructura compositiva, enmarcada en las melifluas programaciones), así a través de estas, el meliflúo“Kraut”, se tiñe por momentos del más nostálgico “new romantic”, (hay un paralelo en lo que respecta a la idea de cierre taciturno musical de los temas de Alfonso, que puede rastrearse en discos anglosajones de los 80’, como “The Queen is Dead” (The Smiths), “Ocean Rain” (Echo and the Bunymen), “It´s my Life” (Talk Talk), entre otros.
El cierre, del disco con “Mi Planta de Chichimbra”, por acertada decantación, parece ofrecer un horizonte, dónde a través de la búsqueda musical, solo hay motivos para levitar cómodamente en cualquier lugar del universo, (ya sea más allá de Saturno y las estrellas, o en las mismas profundidades del inconsciente), una vez que a través de la purgación producida se separa lo que va, de lo que no, (el “sí” del “no”, en el sentido más “lennoniano” posible), logrando que lo álgido termina superando al desencanto, y despejando la incógnita planteada en el arte de tapa del álbum, hacia un lugar de plácida y positiva geografía existencial.
El disco de Alfonso El Pintor, narra un mundo personal y confesional, en dónde la sensibilidad y simpleza, se superpone a cualquier intento de pretencionismo excesivo artístico o fraudulenta complicidad musical, el desafío como todo marinero que arriba a “buen puerto”, en su primer viaje, pasaría por no quedarse con las primeras flores recibidas, sino por el contrario, hacer la vista gorda frente a estas, incluso, negar el apacible pasado artístico desempeñado, como válida manera de auto-reinvención, evitando caer en la standarización, que termina por vapulear la capacidad exploratoria de los artistas, en síntesis, intuyendo que el ramo floral más deseado, siempre se encuentra a miles años luz y puertos distancia. Bernardo Damián Dimanmenendez
En la actualidad, el revestimiento de lo que se ofrece, es mayor que el contenido en sí, depositando a la persona, como un vouyeaur, que degusta de manera abstracta, colores y formas, a través de sus ojos, pero sin tener la pleitesía de poder llegar al bocado concreto (dulce o amargo), ya sea para bien o para mal.
La estética de “Buen Día te Quiero Mucho”, de Alfonso El pintor, a priori, parecería ser una muestra más de todo ese albergue acéfalo que hace hoy en día de Palermo, un barrio pleno de producción “eunuca”, pero sin poder a poder ofrecer necesarios elementos fálicos que sirvan de aporte para la construcción de lo denominado “contracultural”.
Los colores Rosa y Blanco, y el título del álbum, denominado “Buen Día te quiero mucho”, parecería nuevamente retrotraernos a ese mundo tibio y naif, que logra a través del relativismo ideológico, y un “demagógico” multiculturalismo, fastidiarnos, debido a la sensación de fraudulento “amiguismo” musical.
Sin embargo, Alfonso el Pintor, se sobrepone, ofreciendo sutilmente, y a través del arte de tapa, juega una carta que podríamos denominar “ancho falso”, en el sentido, de la intriga que se produce en clásico juego de cartas, y que genera una incógnita, por la duda que repentinamente se produce. Así en el amague de cintura estético, surge la pregunta: ¿Las Flores que el chico esconde sobre su espalda, serán ofrecidas a la chica que espera sonriente, o serán guardadas para mejor ocasión?, ¿La situación devendrá en álgida ternura o súbito desencanto?.
Una vez descubierto este inteligente artilugio, el viaje musical de Alfonso El Pintor, propone una bondad creativa, sin necesidad de que la comodidad que esta propague, termine siendo repelente por lo “dulzón”, sino por el contrario, buscando a través de letras que narran sobre la reconstrucción de la identidad, a partir de encontrar en la reflexión transeúnte, y la introspección personal, una nueva “América existencial”, que sirve para purgar los dolores pasados y subir al barco de la vida para navegar con mejor temple, las aguas impredecibles, con la que esta nos salpica a menudo.
El disco presenta un concepto circular, tanto en que respecta, al contenido lírico, como en lo que subyace, a la música en sí, de hecho, las programaciones, entre melifluas y agrestes, (que recuerdan todo ese sopor cándido del primer Kraftwerk, especialmente su álbum, “Ralph and Florian”), recorren desde el primer tema, que le da el título al disco, “Buen día te quiero mucho”, hasta el último “Mi planta de Chichimbra” y las letras dan cuenta de que el viaje expiatorio, se encuentra ausente, de todo sensación parca o vil, conllevando en la amenidad, en la simpleza afectiva y en la aceptación de uno mismo, la plataforma de despliegue de las canciones.
Si el redescubrimiento del “Kraut” de El mato a un Policía Motorizado, busca la veta más enérgica y visceral de “Neu”, como forma de repliegue terrestre frente al frenesí posmoderno (como ejemplo válido de esto, sirven los temas “Amigo Piedra” y “Navidad en los Santos”), la huída de Alfonso El Pintor, se va a ejecutar, a través de un volátil psicologismo.
Entonces a través de un “Kraut” nímbico, la geografía sonora va a adoptar formas más espaciales y menos corpóreas, como podrían ser los nubes o cuerpos celestes espaciales, y en dónde a través de la renuncia al fastidio terrenal, como muestra están las letras de “Calma”, que dice “Yo soy parte del conjunto que no tiene solución, si la casa que construyen al lado de mi casa anda mal, es porque en cámara lenta va, yo salgo a pasear, a ver si el paseo me salva”, o “Me voy”, en dónde se repite numerosas veces la frase, “Quiero renunciar”, hasta llegar al cambio de atmósfera sonora que va acompañada de la frase “me voy, no vuelvo más”.
Como si se trataría de esas películas neo-expresionistas alemanas de Werner Herzog, la exploración o búsqueda, no busca un punto de encuentro concreto, (una vez aceptadas las deficiencias y descubiertas las virtudes), sino que merodea un punto de llegada, pero sin llegar jamás a planteárselo como objetivo o mapa firmemente trazado de antemano, de hecho las programaciones “Kraut”, en dónde se avizora el final de un viaje, como el tema “Viendo A Marte”, parecerían que ostean el rumbo elegido (¿acaso el que lo guió a la fraternidad de una buena compañera?), pero nunca como algo táctil, sino como una visión que aparece delante de los ojos, y a partir de la misma se imagina el objetivo a seguir, pero sin nunca llegar a determinarlo como algo corpóreo, sino como un espectro de deleite.
Esa idea de viaje infinito “Herzogiano” y cosmogónico hacia el interior del inconsciente, es confirmado en la canción, “El tren de las Nubes”, en dónde el aura nímbica perfila el lugar de encuentro, intentando eternizar el alunizaje existencial de placer, (de hecho, sobre el final del tema asoma la frase de destino indefinido que dice “Que nunca llegue el tren, que nunca llegue”, que se repite hasta el final, ayudado por el cierre de ensoñación a través del eco melancólico que se escucha en el punteo de guitarra, (que como a lo largo el disco, no estructura las canciones, excepción del tema “Calma”, sino que se acoplan a un molde o estructura compositiva, enmarcada en las melifluas programaciones), así a través de estas, el meliflúo“Kraut”, se tiñe por momentos del más nostálgico “new romantic”, (hay un paralelo en lo que respecta a la idea de cierre taciturno musical de los temas de Alfonso, que puede rastrearse en discos anglosajones de los 80’, como “The Queen is Dead” (The Smiths), “Ocean Rain” (Echo and the Bunymen), “It´s my Life” (Talk Talk), entre otros.
El cierre, del disco con “Mi Planta de Chichimbra”, por acertada decantación, parece ofrecer un horizonte, dónde a través de la búsqueda musical, solo hay motivos para levitar cómodamente en cualquier lugar del universo, (ya sea más allá de Saturno y las estrellas, o en las mismas profundidades del inconsciente), una vez que a través de la purgación producida se separa lo que va, de lo que no, (el “sí” del “no”, en el sentido más “lennoniano” posible), logrando que lo álgido termina superando al desencanto, y despejando la incógnita planteada en el arte de tapa del álbum, hacia un lugar de plácida y positiva geografía existencial.
El disco de Alfonso El Pintor, narra un mundo personal y confesional, en dónde la sensibilidad y simpleza, se superpone a cualquier intento de pretencionismo excesivo artístico o fraudulenta complicidad musical, el desafío como todo marinero que arriba a “buen puerto”, en su primer viaje, pasaría por no quedarse con las primeras flores recibidas, sino por el contrario, hacer la vista gorda frente a estas, incluso, negar el apacible pasado artístico desempeñado, como válida manera de auto-reinvención, evitando caer en la standarización, que termina por vapulear la capacidad exploratoria de los artistas, en síntesis, intuyendo que el ramo floral más deseado, siempre se encuentra a miles años luz y puertos distancia. Bernardo Damián Dimanmenendez