Hay discos que parecieran cumplir la función de ante-ultimo hormigón antes que la arquitectura de la escena musical sea redefinida nuevamente. Dichas obras vienen a paliar un cierto estado de diálisis actitudinal, determinado por la ceguera de oyentes, músicos y medios de difusión inclusive.
“Compañía de la agrupación Ático, busca el dial de antiguos discos foráneos que sirvieron para demarcar nuevos modos prácticos y filosóficos musicales, como pueden ser el Doolitle de los Pixies (1989) o el Daydream Nation de Sonic Youth (1988) y en el vernáculo como lo pueden ser el Don Cornelio y la Zona (1987) de los tutelados por Palo Pandolfo, o el Fin de Semana Salvaje (1992), de los Brujos.
Todos estos discos, se paran desde un lado lateral, para constituirse primeramente, como cierta opción contracultural artística y estética de lo que los medios masivos hacen rotar por radios y TV.
“Compañía” se inscribe en un contexto local donde la lujuria hedonista, o las sensaciones de parquedad sentimentales,(según fueron comprendidas en los 80’ y 90’) son desplazadas y lapidadas por la emergencia económica y de variables culturales, (no es lo mismo jugar a ser romántico o pseudo vanguardista en dichas décadas, que en la actualidad), siendo muy delgada la línea que separa lo auténtico de lo ridículo.
Así, los 2000, entre una mirada multigenérica y pluriabarcadora, determino que el ensanche de opciones, choque contra una importante falta de background musical y estético, tanto por parte numerosos músicos, como de sus mismos oyentes.
El camino iniciado por El Mato a Un Policía Motorizado allá por el 2003, como redescubridores del Kraut, y un real espíritu proto-punk, hoy 5 años después clarifica en parte, quiénes parecieran estar más cerca de algún tipo de idoneidad, dentro de un rock que perdió todo tipo de respeto.
Ático, platenses al igual que “El Mato”, recorre de manera certera todo ese manual de efervescencia sónica, a través de las famosas quintas machacadas, y la disonancia de riffs constantes y de abrupto corte, acompañadas la base constante y encendida en bajo y batería. Así aparecen desde una línea de composición retro y correcta, temas como “Caras manufacturas”, “Baqueano” o “Paisaje”.
Sin embargo, el verdadero valor de la banda es cuando funde dichas estructuras musicales con cierto espíritu mitológico y denso de post rock (apoyados en los minimalistas arreglos luctuosos de teclado), que empapó a bandas como Suicide, o Manicured Noise a fines de los 70’.
En temas como “Estadios” o “Amarillo”, la música de Ático alcanza un “travelling” emocional, que dan la sensación de canciones construidas como si se estuviera intentado ofrecer imágenes culmines de algún buen film de suspenso. No solamente, la emocionalidad viene de los sonidos, sino que lo personal musicalmente, termina ganándole al concepto retro de armado musical, antes mencionado.
Por otro lado, en dichos temas, lo lírico demarca el territorio de la irritabilidad actual, dejando en claro que la realidad es otra en el 2008, comparada a la desesperanza de los 90’ y los 80’.
Así, en un contexto de parquedad, carencia y resignación, las letras narran hoscos panoramas contextuales, que cualquier joven de cualquier ciudad del país, puede fácilmente reconocer. En “Amarillo”, la letra dice: “Esta ciudad padece un fantasma, La novedad, es que “el bondi no pasa más, nada más” o “Estadios”, que dice: “Un estado insoportable, la simple combinación de las vivencias, surge de mí una constelación difusa, narrar algo con una potencia brusca y excitante, ya que todo tiende a fastidiarme”.
Ahí claramente desde un personal lenguaje musical y lírico, Ático, delimita inconscientemente o no, un concepto donde lo nuevo, es desplazado hacia lo “neo”, en relación, a que su arte, es actual con el contexto, y retoma a su manera, elementos o legados que sembró la cultura rock con el paso de los años. En dichos momentos, cuando lo plenamente auténtico, le gana a ciertas filtraciones obsecuentes de esteticismo y melomanía, la música de Ático se despliega plenamente, y con un alto rédito para el oyente.
Más allá de ciertas licencias de porosidad compositiva, el disco resulta plenamente satisfactorio, debido a que el concepto de “obra personal” y los dotes que de la misma se desprenden, esta claramente definido en la mayoría de los temas de “Compañía”.
Si el Ático, es el último edificio de un terraza, solo le faltaría a los platenses, animarse a pegar el salto hacia un lugar, dónde todo preconcepto musical que funciona como base, termine cediendo lugar hacia un territorio artístico, dónde ellos por cualidades interpretativas, serían unos dignos terratenientes musicales, que ejercitarían una jugosa “dictadura musical”.
Como dice Palo Pandolfo, en la letra de “El Rosario en el Muro”:“Si ya estas en la azotea salta, si ya estas en la azotea salta, después de esta vida loca, para que seguir así nene, salta”.
En síntesis, el futuro bienaventurado, pareciera estar en sus manos, siempre y cuando, el brinco musical próximo, determine una esbelta cabriola y no una repetida y tosca caída artística, a las cuáles últimamente los escuchas, pareciéramos estar resignados a acostumbrarnos.
Bernardo Damián Dimanmenendez
“Compañía de la agrupación Ático, busca el dial de antiguos discos foráneos que sirvieron para demarcar nuevos modos prácticos y filosóficos musicales, como pueden ser el Doolitle de los Pixies (1989) o el Daydream Nation de Sonic Youth (1988) y en el vernáculo como lo pueden ser el Don Cornelio y la Zona (1987) de los tutelados por Palo Pandolfo, o el Fin de Semana Salvaje (1992), de los Brujos.
Todos estos discos, se paran desde un lado lateral, para constituirse primeramente, como cierta opción contracultural artística y estética de lo que los medios masivos hacen rotar por radios y TV.
“Compañía” se inscribe en un contexto local donde la lujuria hedonista, o las sensaciones de parquedad sentimentales,(según fueron comprendidas en los 80’ y 90’) son desplazadas y lapidadas por la emergencia económica y de variables culturales, (no es lo mismo jugar a ser romántico o pseudo vanguardista en dichas décadas, que en la actualidad), siendo muy delgada la línea que separa lo auténtico de lo ridículo.
Así, los 2000, entre una mirada multigenérica y pluriabarcadora, determino que el ensanche de opciones, choque contra una importante falta de background musical y estético, tanto por parte numerosos músicos, como de sus mismos oyentes.
El camino iniciado por El Mato a Un Policía Motorizado allá por el 2003, como redescubridores del Kraut, y un real espíritu proto-punk, hoy 5 años después clarifica en parte, quiénes parecieran estar más cerca de algún tipo de idoneidad, dentro de un rock que perdió todo tipo de respeto.
Ático, platenses al igual que “El Mato”, recorre de manera certera todo ese manual de efervescencia sónica, a través de las famosas quintas machacadas, y la disonancia de riffs constantes y de abrupto corte, acompañadas la base constante y encendida en bajo y batería. Así aparecen desde una línea de composición retro y correcta, temas como “Caras manufacturas”, “Baqueano” o “Paisaje”.
Sin embargo, el verdadero valor de la banda es cuando funde dichas estructuras musicales con cierto espíritu mitológico y denso de post rock (apoyados en los minimalistas arreglos luctuosos de teclado), que empapó a bandas como Suicide, o Manicured Noise a fines de los 70’.
En temas como “Estadios” o “Amarillo”, la música de Ático alcanza un “travelling” emocional, que dan la sensación de canciones construidas como si se estuviera intentado ofrecer imágenes culmines de algún buen film de suspenso. No solamente, la emocionalidad viene de los sonidos, sino que lo personal musicalmente, termina ganándole al concepto retro de armado musical, antes mencionado.
Por otro lado, en dichos temas, lo lírico demarca el territorio de la irritabilidad actual, dejando en claro que la realidad es otra en el 2008, comparada a la desesperanza de los 90’ y los 80’.
Así, en un contexto de parquedad, carencia y resignación, las letras narran hoscos panoramas contextuales, que cualquier joven de cualquier ciudad del país, puede fácilmente reconocer. En “Amarillo”, la letra dice: “Esta ciudad padece un fantasma, La novedad, es que “el bondi no pasa más, nada más” o “Estadios”, que dice: “Un estado insoportable, la simple combinación de las vivencias, surge de mí una constelación difusa, narrar algo con una potencia brusca y excitante, ya que todo tiende a fastidiarme”.
Ahí claramente desde un personal lenguaje musical y lírico, Ático, delimita inconscientemente o no, un concepto donde lo nuevo, es desplazado hacia lo “neo”, en relación, a que su arte, es actual con el contexto, y retoma a su manera, elementos o legados que sembró la cultura rock con el paso de los años. En dichos momentos, cuando lo plenamente auténtico, le gana a ciertas filtraciones obsecuentes de esteticismo y melomanía, la música de Ático se despliega plenamente, y con un alto rédito para el oyente.
Más allá de ciertas licencias de porosidad compositiva, el disco resulta plenamente satisfactorio, debido a que el concepto de “obra personal” y los dotes que de la misma se desprenden, esta claramente definido en la mayoría de los temas de “Compañía”.
Si el Ático, es el último edificio de un terraza, solo le faltaría a los platenses, animarse a pegar el salto hacia un lugar, dónde todo preconcepto musical que funciona como base, termine cediendo lugar hacia un territorio artístico, dónde ellos por cualidades interpretativas, serían unos dignos terratenientes musicales, que ejercitarían una jugosa “dictadura musical”.
Como dice Palo Pandolfo, en la letra de “El Rosario en el Muro”:“Si ya estas en la azotea salta, si ya estas en la azotea salta, después de esta vida loca, para que seguir así nene, salta”.
En síntesis, el futuro bienaventurado, pareciera estar en sus manos, siempre y cuando, el brinco musical próximo, determine una esbelta cabriola y no una repetida y tosca caída artística, a las cuáles últimamente los escuchas, pareciéramos estar resignados a acostumbrarnos.
Bernardo Damián Dimanmenendez