El Carro de Yaggernat, brindó un recital auto-incendiario, en el bar El Imaginario, como si a través de cada contusivo tema, quisiera incinerar todo el mar de fantasmas que recorre su poesía teñida de sueño roto y quijotesco andar por la vida.
A eso de las 11 de la noche, en el sótano del Imaginario, una estela de sonido arrancó y solo tendría final, 50 minutos más tarde cuando los “carruajeros”, den por finalizada su explosiva performance.
Banda que tranquilamente podría ser soporte de en algún recital de jazz experimental, (por los dotes virtuosos de sus integrantes), como también de algún grupo colegial, debido a la capacidad de lograr una metamorfosis en su accionar, y demostrando que su “palanca cambios”, creativa es adaptable a todo tipo de terreno.
Arrancan con un “Jam”, para luego pasar a desgarrar cada grieta abierta de dolor y fermentar la infección de sentirse solo y perdido, en el siglo XXI, con el interior abatido y la esperanza en el futuro, a través de los temas “Globo Sonda”, y “Once”, perfecto retrato, esta última, del mosaico multicolor y amorfo, que cada vez con mayor intensidad, baña la megápolis de nuestros días.
Saboreando conscientes las mieles amargas, que hacen a su motor creativo y sabiéndose plenamente conscientes de ellos, despachan un combo ecléctico y eléctrico, que comienza con “Xul Solar”, continúa con “Reggae Nº1” y cierran con “El Cúmulo”.
Homónimo es lo que se despacha históricamente en los “outsiders”, o sea, el cúmulo de penurias sabiéndose a pasos de la gloria por capacidad propia y cuando pareciera que se posa sobra las manos de heroicos héroes anónimos, casi como un premio divino, lentamente se escapa, como el puñado de arena de conquistadores malogrados sobre desérticas playas.
Así el paraíso se ostea y al consagrarlo como un lugar biológicamente imperfecto, la utopía tiene el heroísmo del presente y el consuelo tiene solo el saberse que mañana habrá una chance más, por el solo hecho de estar una vez más en el planeta tierra.
Esta aceptación y crucifixión a la vez, es el claro motor que se desprende en las letras de Aníbal Paz, y en la manera con que es acertadamente acompañada por el resto de los integrantes, (Alejandro guitarra, Gastón batería y Sofía bajo).
Así rozados conscientemente por un cierto fatalismo y sabiendo que la parranda del andar diario solamente es salvada mediante la expresión plena y profunda del corazón y empujados por los fantasmas invisibles que recorren el fin de año, “El carro”, apura a pleno su andar, al punto que “Wait”, adopta rasgos en dónde el pub-rock es llevado a un marco de hard-rock, para terminar echando toda la leña al fuego ya propuesto con los temas, “Cresta del miedo” y “La célula”.
El Carro de Yaggernat, ya desde su denominación hasta por su contenido artístico, es claramente una de esas bandas, que se depositan a un costado, sin levantar banderas filosóficas que llevan a las cofradías dónde abundan los “abrazos de judas”, ya sea en marcos frívolos o en ambientes demagógicamente populistas, que por estos tiempos recorren claramente, el universo del rock argentino, (por un lado, la “asepticidad” estéril del “Buen Día”, por el otro lado el arcaísmo de rituales maquiavélicos de populosas bandas de estadio), de hecho su mejor lugar es ir subiendo la cuesta, peldaño a peldaño, como ocurre luego de soportar el jolgorio diario, sin temor al derrape, pues cada resbalón los acerca a un paso más de lo buscado: La Gloria Anónima.
Banda que tranquilamente podría ser soporte de en algún recital de jazz experimental, (por los dotes virtuosos de sus integrantes), como también de algún grupo colegial, debido a la capacidad de lograr una metamorfosis en su accionar, y demostrando que su “palanca cambios”, creativa es adaptable a todo tipo de terreno.
Arrancan con un “Jam”, para luego pasar a desgarrar cada grieta abierta de dolor y fermentar la infección de sentirse solo y perdido, en el siglo XXI, con el interior abatido y la esperanza en el futuro, a través de los temas “Globo Sonda”, y “Once”, perfecto retrato, esta última, del mosaico multicolor y amorfo, que cada vez con mayor intensidad, baña la megápolis de nuestros días.
Saboreando conscientes las mieles amargas, que hacen a su motor creativo y sabiéndose plenamente conscientes de ellos, despachan un combo ecléctico y eléctrico, que comienza con “Xul Solar”, continúa con “Reggae Nº1” y cierran con “El Cúmulo”.
Homónimo es lo que se despacha históricamente en los “outsiders”, o sea, el cúmulo de penurias sabiéndose a pasos de la gloria por capacidad propia y cuando pareciera que se posa sobra las manos de heroicos héroes anónimos, casi como un premio divino, lentamente se escapa, como el puñado de arena de conquistadores malogrados sobre desérticas playas.
Así el paraíso se ostea y al consagrarlo como un lugar biológicamente imperfecto, la utopía tiene el heroísmo del presente y el consuelo tiene solo el saberse que mañana habrá una chance más, por el solo hecho de estar una vez más en el planeta tierra.
Esta aceptación y crucifixión a la vez, es el claro motor que se desprende en las letras de Aníbal Paz, y en la manera con que es acertadamente acompañada por el resto de los integrantes, (Alejandro guitarra, Gastón batería y Sofía bajo).
Así rozados conscientemente por un cierto fatalismo y sabiendo que la parranda del andar diario solamente es salvada mediante la expresión plena y profunda del corazón y empujados por los fantasmas invisibles que recorren el fin de año, “El carro”, apura a pleno su andar, al punto que “Wait”, adopta rasgos en dónde el pub-rock es llevado a un marco de hard-rock, para terminar echando toda la leña al fuego ya propuesto con los temas, “Cresta del miedo” y “La célula”.
El Carro de Yaggernat, ya desde su denominación hasta por su contenido artístico, es claramente una de esas bandas, que se depositan a un costado, sin levantar banderas filosóficas que llevan a las cofradías dónde abundan los “abrazos de judas”, ya sea en marcos frívolos o en ambientes demagógicamente populistas, que por estos tiempos recorren claramente, el universo del rock argentino, (por un lado, la “asepticidad” estéril del “Buen Día”, por el otro lado el arcaísmo de rituales maquiavélicos de populosas bandas de estadio), de hecho su mejor lugar es ir subiendo la cuesta, peldaño a peldaño, como ocurre luego de soportar el jolgorio diario, sin temor al derrape, pues cada resbalón los acerca a un paso más de lo buscado: La Gloria Anónima.
Bernardo Damián Dimanmenendez
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