En el auditorio del Colegio Nuestra Señora del Huerto, ubicado en el barrio de Villa Pueyrredón se presentaron las agrupaciones El Carro de Yaggernat y Mármol “R”.
Depositadas las bandas en una especie de ofrenda gratuita y fecunda de fiesta de fin de curso, la música de las bandas fue un “cocktail” de dulce ensoñación y avergonzada confesión, logrando que la tarde calurosa, sea saciada por grata música.
El auditorio del Colegio Nuestra Señora del Huerto, con su estructura clásica y colonial y sus 250 asientos de madera, pareciera ser un recuerdo de los marcos arquitectónicos que adornaron eventos musicales de antaño, cuando el rock, (ya sea foráneo o nativo ), se encontraban, aún en pañales, y dónde todo aquello, que vaya por fuera de la música en sí, (ya sean elementos de estimulación audiovisual, como pantallas 3-D, o el exceso de confort, (desde asientos acolchonados que invitan más a una relación del cuerpo con el relax, que a una confrontación directa del oyente con el arte expuesto).
Así como si fuera un “revival”, de dichos tiempos, (como podría ser la música de feria), que ayudó a que el primerizo rock and roll que impulsaron Elvis Presley o Bill Haley, se promocione por toda Norteamérica, en dónde fuera de todos los clichés estéticos y técnicos de hoy en día, artistas y público se envolvían, en un ritualismo único y originario, lográndose una comunicación plena y directa, entre el espectador y el músico, fuera de todo soporte tecnológico, las bandas El Carro de Yaggernat y Mármol R, serían los actores principales del plató musical que una tarde de Noviembre el destino le deparó.
Alrededor de las 19 hs, abrió el evento con la presentación de El Carro de Yaggernat. Cosmopolitas por naturaleza, y siempre al margen de toda fiebre o moda musical, por elección y convicción, mostraron su rock asfáltico de manera diferente, debido a la ausencia de su bajista Sofía Piazza, (que le da esa especie de atrayente arritmia new-wave, a la banda).
Así entonces, El Carro de Yaggernat, contextualizó su música en un hábitat sonoro, de ensueño, cercano a la ilusión, y dejando de lado, su pliegue musical de “pasajero en trance”, que caracteriza su alienada naturaleza artística.
Toda esa ensoñación, pareció una acertada adecuación, al evento del cuál fueron partícipe. Como sabemos, bien que la tierra de desilusión, que caracteriza nuestro tránsito por el mundo, se debe a que muchas de los anhelos y deseos más profundos que alimentaron nuestra alma en la época adolescente, chocan contra el muro de la cruda realidad, no obstante, y más allá del ridículo filosófico que caracteriza la adolescencia, su dinámica motora, jamás debe ser despreciada, sino por el contrario, explorada de una manera que sus frágiles castillos, permanezcan durante ese lapso, inmunes a toda caída.
El carro de Yaggernat, transportó toda una halo soporífero, de candor y quimérica crisálida musical, apoyados, por las oleadas de personal “Dream-pop” de su guitarrista Alejandro Valdez, y seguidos por la confesional y orgánica voz de Anibal Paz (orgánica en el sentido, de que a través de su tono vocal y su perfomance escénica, logra estructurar todo su trabajo de campo antropológico y cosmopolita, que hace a la convicción de su persona, situándose con aplomo en un lado, histéricamente plácido a la vez. La batería a cargo de Gastón Moisés, hace de acertado copiloto, al viaje propuesto, que no va hacia ningún cosmos o universo distante, sino por el contrario, que celestialmente viaje al encuentro de sentimientos de profunda cordialidad con los espectadores, sin necesidad de intentar un pretencionismo rebuscado, sino como si una invisible caricia se posara lentamente sobre el cuerpo de estos, llevándolos lentamente a espectro dónde el utópico “oxímoron” griego, pareciera hacerse presente.
Así la banda abre, con dos covers de Divididos “El Burrito” y “Dame un Limón” (un tema donde Mollo, tira una de las frases más acertadas de su carrera musical, (“entre morcilla y Suiza estoy”).
A continuación, siguen con “Once”, un tema clave para entender la línea musical de la banda, más allá de que para esta ocasión haya adoptado una resolución sonora diferente.
Si alguna vez, mencione a El Carro de Yaggernat, como un grupo dónde la alineación posmoderna, nutre sus mieles creativas, esta se realiza de una manera diferente a lo que ocurre, con la desidia suburbana, (especialmente con las bandas de zona sur), en el sentido, de que el “ruidismo” que nutre sus cerebros compositivos, va a ser marcadamente mas pulsional y directo, que el nivel de parodia existencial ofrecido por muchas bandas de zona sur.
“Once”, a través de su letra, describe ese hormigueo incesante que es la Capital Federal, pero sin caer en una retórica pictórica geográfica o edilicia, sino mostrando la alteración biológica, de saberse perdido en la mole de cemento, mientras las escoltas femeninas pasan una tras otras, aunque inconscientes estas, de que precisamente lo que van a levantar no es precisamente una bandera.
Es visible a partir de esto, como la canción describe de manera sutil, una sensación de perversa soledad, sin necesidad de caer en descripciones groseras o “trasnspornagraficas”, logrando que la lírica aséptica a priori, adquiera una irónica letal y contundente a la vez.
Luego, tocan un tema nuevo, aún sin nombre, que por el momento titularemos “NN”, y cierran su correcto manual musical, presentado (especialmente para la ocasión), con “Los Chanchos”, finalizando un viaje, dónde la sutilidad, sensibilidad y talento, encuentran un correcto lugar de anclaje, sin ninguna necesidad de extremismo tosco postural, para demostrar que con amenidad y simpleza, las cosas pueden ser mejor contadas, y no vomitadas a través del alarde, en síntesis, musicalizando una desesperación, que con el correr de los minutos, se transforma en una frondosa arboleda de esperanza.
Más tarde llegó el turno, de los sureños Mármol R. Formados el presente año, la agrupación presenta una buena lectura lírica del burlesque sexual, que caracterizó a grupos de relevancia como “Virus” o “Los Encargados”.
Musicalmente la banda parece dividirse en dos partes, que hacen a su “monoblock” creativo.
Por un lado, Agustín Debesa (Bajo), y Emiliano Martinelli (batería), despliegan una base musical, que retrotrae todo ese groove del sonido “Madchester”, que caracterizó a grupos como Stone Roses o Happy Mondays.
Sin embargo, el resultado final de su música, no es solo la sumatoria de esta vertiente estílitisca, así la guitarra de Marcelo Cardozo, se apoya en la voz de Andres Aloy, y aprovechando esa dosis de sarcasmo maníaco que pareciera expulsar de su garganta (pervertida y compañera a la vez), reluce arreglos minimalistas y juguetones, que permiten que en el exceso de velocidad impulsado por el bajo y la batería, se destaquen estribillos festivos y de melodías noblemente confesionales.
Así los “marmoleros”, abren con “Siempre Hay rincones”, siguiéndole a esta “Me Molestan” y cierran esta primera parte del show con “Es Pura Casualidad”.
A partir de los títulos de las canciones se empieza a ostear un horizonte, que una vez profundizado a través de las narrativas de las canciones, dan un panorama muy cercano a esas personas que por milésimas pueden saborear como pocos las mieles más dulces del amor, sabiendo que la cucharada que segundos después va a ser degustada, otorgará esta vez, un sabor parco y amargo, y el recuerdo paradisíaco que servía de contexto a ese primer deleitoso sorbo, toma la forma de una geografía desolada en lo que atañe a lo sentimental, pero sin caer, en el clásico perfil de “Miss llorona”, sino estilizándose, en una especie de “Antihéroe”, dónde la desesperanza, y el resentimiento, convertirán las cenizas de lo pasado, en polvo mágico para el futuro, más allá, de que la ruleta de la vida, depare por su destino circular, nuevos y predecibles ingratos momentos.
La letra de “Qué otra función del tiempo”, es clave para entender este juego dicotómico de presente/pasado espacial, y el cambio virulento que se produce en relación a lo afectivo: “Ingrato recordar algunas cosas, Insano también no poder recordar, Y pasa el tiempo como nubes, Y atardeceres, playas de tarde que vuelven y vuelven, Decime a dónde doblás y a qué paraje vamos a llegar, Cuando disfrutar es bastante obvio, No sé los días, los momentos sí”, y el estribillo, homenaje al escritor César Aguila, revela la veta circular del destino,(ya sea para mal o bien), antes descripto, “Decime a dónde doblás y a qué paraje vamos a llegar, Cuando disfrutar es bastante obvio, No sé los días, los momentos sí”.
Finalmente, los sureños tocan “Extraña Inquieta” y cierran a 10000 km por hora, con “Yo me Volví”, como si parte de esa pulsión biológica, aminorada y quebrada, por la soledad, pueda solo revivificarse y purificarse, a través de la música.
Así paso una jornada calurosa, pero plena en lo que respecta a lo musical. Algo cómico resulta que históricamente, el rock argentino fue asociado a elementos contraculturales sociales e incluso político, hoy encuentre la cúspide de su forma más obtusa, en los supuestos conciertos de bandas que cuentan de manera repetida, una y otra vez, la misma historia, cofinando al oyente, a un mundo de sueños y frustraciones, difícilmente palpable por ellos, entre el escamoteo ideológico de los “superstars”, que parecieran no detentar funciones biológicas humanas y reales.
En el Colegio Nuestra Señora del Huerto, no hubo religión, ni hábito que suprima, la emocionante confesionalidad de ambas bandas, que lejos de buscar el “abrazo de Judas”, cayendo en manuales ya añejos para el rock argentino, apuestan desde el lugar, que el mundo les otorgo (en el caso del Carro de Yaggernat, cosmopolitas capitalinos, en lo que refiere a Mármol R, suburbanos sureños), a contar una historia nueva, febril y auténtica, pero que por sobre todas las cosas, narran hechos y vivencias, con los que vos, ellos o yo, pueden sentirse plenamente representados, o ¿Todavía crees que el rock de verdad, se encuentra en lugares de verde césped y tribunas altas, cuando en el fondo te estás convirtiendo en fácil presa, de un hábil ejercicio de mercadotecnia?. Por las dudas, si algo intuís ando viendo en que armario vas guardando tanta vincha y “trapo”, comprado en vano.
Bernardo Damián Dimanmenendez
Depositadas las bandas en una especie de ofrenda gratuita y fecunda de fiesta de fin de curso, la música de las bandas fue un “cocktail” de dulce ensoñación y avergonzada confesión, logrando que la tarde calurosa, sea saciada por grata música.
El auditorio del Colegio Nuestra Señora del Huerto, con su estructura clásica y colonial y sus 250 asientos de madera, pareciera ser un recuerdo de los marcos arquitectónicos que adornaron eventos musicales de antaño, cuando el rock, (ya sea foráneo o nativo ), se encontraban, aún en pañales, y dónde todo aquello, que vaya por fuera de la música en sí, (ya sean elementos de estimulación audiovisual, como pantallas 3-D, o el exceso de confort, (desde asientos acolchonados que invitan más a una relación del cuerpo con el relax, que a una confrontación directa del oyente con el arte expuesto).
Así como si fuera un “revival”, de dichos tiempos, (como podría ser la música de feria), que ayudó a que el primerizo rock and roll que impulsaron Elvis Presley o Bill Haley, se promocione por toda Norteamérica, en dónde fuera de todos los clichés estéticos y técnicos de hoy en día, artistas y público se envolvían, en un ritualismo único y originario, lográndose una comunicación plena y directa, entre el espectador y el músico, fuera de todo soporte tecnológico, las bandas El Carro de Yaggernat y Mármol R, serían los actores principales del plató musical que una tarde de Noviembre el destino le deparó.
Alrededor de las 19 hs, abrió el evento con la presentación de El Carro de Yaggernat. Cosmopolitas por naturaleza, y siempre al margen de toda fiebre o moda musical, por elección y convicción, mostraron su rock asfáltico de manera diferente, debido a la ausencia de su bajista Sofía Piazza, (que le da esa especie de atrayente arritmia new-wave, a la banda).
Así entonces, El Carro de Yaggernat, contextualizó su música en un hábitat sonoro, de ensueño, cercano a la ilusión, y dejando de lado, su pliegue musical de “pasajero en trance”, que caracteriza su alienada naturaleza artística.
Toda esa ensoñación, pareció una acertada adecuación, al evento del cuál fueron partícipe. Como sabemos, bien que la tierra de desilusión, que caracteriza nuestro tránsito por el mundo, se debe a que muchas de los anhelos y deseos más profundos que alimentaron nuestra alma en la época adolescente, chocan contra el muro de la cruda realidad, no obstante, y más allá del ridículo filosófico que caracteriza la adolescencia, su dinámica motora, jamás debe ser despreciada, sino por el contrario, explorada de una manera que sus frágiles castillos, permanezcan durante ese lapso, inmunes a toda caída.
El carro de Yaggernat, transportó toda una halo soporífero, de candor y quimérica crisálida musical, apoyados, por las oleadas de personal “Dream-pop” de su guitarrista Alejandro Valdez, y seguidos por la confesional y orgánica voz de Anibal Paz (orgánica en el sentido, de que a través de su tono vocal y su perfomance escénica, logra estructurar todo su trabajo de campo antropológico y cosmopolita, que hace a la convicción de su persona, situándose con aplomo en un lado, histéricamente plácido a la vez. La batería a cargo de Gastón Moisés, hace de acertado copiloto, al viaje propuesto, que no va hacia ningún cosmos o universo distante, sino por el contrario, que celestialmente viaje al encuentro de sentimientos de profunda cordialidad con los espectadores, sin necesidad de intentar un pretencionismo rebuscado, sino como si una invisible caricia se posara lentamente sobre el cuerpo de estos, llevándolos lentamente a espectro dónde el utópico “oxímoron” griego, pareciera hacerse presente.
Así la banda abre, con dos covers de Divididos “El Burrito” y “Dame un Limón” (un tema donde Mollo, tira una de las frases más acertadas de su carrera musical, (“entre morcilla y Suiza estoy”).
A continuación, siguen con “Once”, un tema clave para entender la línea musical de la banda, más allá de que para esta ocasión haya adoptado una resolución sonora diferente.
Si alguna vez, mencione a El Carro de Yaggernat, como un grupo dónde la alineación posmoderna, nutre sus mieles creativas, esta se realiza de una manera diferente a lo que ocurre, con la desidia suburbana, (especialmente con las bandas de zona sur), en el sentido, de que el “ruidismo” que nutre sus cerebros compositivos, va a ser marcadamente mas pulsional y directo, que el nivel de parodia existencial ofrecido por muchas bandas de zona sur.
“Once”, a través de su letra, describe ese hormigueo incesante que es la Capital Federal, pero sin caer en una retórica pictórica geográfica o edilicia, sino mostrando la alteración biológica, de saberse perdido en la mole de cemento, mientras las escoltas femeninas pasan una tras otras, aunque inconscientes estas, de que precisamente lo que van a levantar no es precisamente una bandera.
Es visible a partir de esto, como la canción describe de manera sutil, una sensación de perversa soledad, sin necesidad de caer en descripciones groseras o “trasnspornagraficas”, logrando que la lírica aséptica a priori, adquiera una irónica letal y contundente a la vez.
Luego, tocan un tema nuevo, aún sin nombre, que por el momento titularemos “NN”, y cierran su correcto manual musical, presentado (especialmente para la ocasión), con “Los Chanchos”, finalizando un viaje, dónde la sutilidad, sensibilidad y talento, encuentran un correcto lugar de anclaje, sin ninguna necesidad de extremismo tosco postural, para demostrar que con amenidad y simpleza, las cosas pueden ser mejor contadas, y no vomitadas a través del alarde, en síntesis, musicalizando una desesperación, que con el correr de los minutos, se transforma en una frondosa arboleda de esperanza.
Más tarde llegó el turno, de los sureños Mármol R. Formados el presente año, la agrupación presenta una buena lectura lírica del burlesque sexual, que caracterizó a grupos de relevancia como “Virus” o “Los Encargados”.
Musicalmente la banda parece dividirse en dos partes, que hacen a su “monoblock” creativo.
Por un lado, Agustín Debesa (Bajo), y Emiliano Martinelli (batería), despliegan una base musical, que retrotrae todo ese groove del sonido “Madchester”, que caracterizó a grupos como Stone Roses o Happy Mondays.
Sin embargo, el resultado final de su música, no es solo la sumatoria de esta vertiente estílitisca, así la guitarra de Marcelo Cardozo, se apoya en la voz de Andres Aloy, y aprovechando esa dosis de sarcasmo maníaco que pareciera expulsar de su garganta (pervertida y compañera a la vez), reluce arreglos minimalistas y juguetones, que permiten que en el exceso de velocidad impulsado por el bajo y la batería, se destaquen estribillos festivos y de melodías noblemente confesionales.
Así los “marmoleros”, abren con “Siempre Hay rincones”, siguiéndole a esta “Me Molestan” y cierran esta primera parte del show con “Es Pura Casualidad”.
A partir de los títulos de las canciones se empieza a ostear un horizonte, que una vez profundizado a través de las narrativas de las canciones, dan un panorama muy cercano a esas personas que por milésimas pueden saborear como pocos las mieles más dulces del amor, sabiendo que la cucharada que segundos después va a ser degustada, otorgará esta vez, un sabor parco y amargo, y el recuerdo paradisíaco que servía de contexto a ese primer deleitoso sorbo, toma la forma de una geografía desolada en lo que atañe a lo sentimental, pero sin caer, en el clásico perfil de “Miss llorona”, sino estilizándose, en una especie de “Antihéroe”, dónde la desesperanza, y el resentimiento, convertirán las cenizas de lo pasado, en polvo mágico para el futuro, más allá, de que la ruleta de la vida, depare por su destino circular, nuevos y predecibles ingratos momentos.
La letra de “Qué otra función del tiempo”, es clave para entender este juego dicotómico de presente/pasado espacial, y el cambio virulento que se produce en relación a lo afectivo: “Ingrato recordar algunas cosas, Insano también no poder recordar, Y pasa el tiempo como nubes, Y atardeceres, playas de tarde que vuelven y vuelven, Decime a dónde doblás y a qué paraje vamos a llegar, Cuando disfrutar es bastante obvio, No sé los días, los momentos sí”, y el estribillo, homenaje al escritor César Aguila, revela la veta circular del destino,(ya sea para mal o bien), antes descripto, “Decime a dónde doblás y a qué paraje vamos a llegar, Cuando disfrutar es bastante obvio, No sé los días, los momentos sí”.
Finalmente, los sureños tocan “Extraña Inquieta” y cierran a 10000 km por hora, con “Yo me Volví”, como si parte de esa pulsión biológica, aminorada y quebrada, por la soledad, pueda solo revivificarse y purificarse, a través de la música.
Así paso una jornada calurosa, pero plena en lo que respecta a lo musical. Algo cómico resulta que históricamente, el rock argentino fue asociado a elementos contraculturales sociales e incluso político, hoy encuentre la cúspide de su forma más obtusa, en los supuestos conciertos de bandas que cuentan de manera repetida, una y otra vez, la misma historia, cofinando al oyente, a un mundo de sueños y frustraciones, difícilmente palpable por ellos, entre el escamoteo ideológico de los “superstars”, que parecieran no detentar funciones biológicas humanas y reales.
En el Colegio Nuestra Señora del Huerto, no hubo religión, ni hábito que suprima, la emocionante confesionalidad de ambas bandas, que lejos de buscar el “abrazo de Judas”, cayendo en manuales ya añejos para el rock argentino, apuestan desde el lugar, que el mundo les otorgo (en el caso del Carro de Yaggernat, cosmopolitas capitalinos, en lo que refiere a Mármol R, suburbanos sureños), a contar una historia nueva, febril y auténtica, pero que por sobre todas las cosas, narran hechos y vivencias, con los que vos, ellos o yo, pueden sentirse plenamente representados, o ¿Todavía crees que el rock de verdad, se encuentra en lugares de verde césped y tribunas altas, cuando en el fondo te estás convirtiendo en fácil presa, de un hábil ejercicio de mercadotecnia?. Por las dudas, si algo intuís ando viendo en que armario vas guardando tanta vincha y “trapo”, comprado en vano.
Bernardo Damián Dimanmenendez
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