Una muchas veces se pregunta cuales son las cosas que determinan que una generación sea diferente de otra, ya sea en gustos, costumbres o actitudes. Bueno básicamente lo que siempre resalta en todo esto parecieran ser los estímulos “audio-visuales”, con los que lidiamos especialmente en los primeros años de nuestra existencia.
De ahí que la decantación de nuestros actos, se declaren en un universo diferente ya que nuestro mapa de acción de manera invisible fue alterado por diferentes masajes nuestras neuronas.
Como ejemplo vale decir, que no es lo mismo la constitución de los adolescentes del 60’, estimulados por la Familia Falcón, el ácido lisérgico, y los Beatles, que los 70’, con Rolando Rivas Taxista en TV, militares castrenses y rock progresivo.
La diversidad de los 80’ que se dio en Argentina, tampoco surgue porque si. Al advenimiento de la democracia, la cocaína, la TV color, y la “New-wave”, hace que el posmodernismo grité presente por estos lares.
Así llegan los 90`’, en dónde algunos de los ítems mencionados a partir de una mirada retro, se actualizan, drogas y la música mediante, (función ritual similar entre el LSD, y el éxtasis, Nirvana y Oasis, entre otros, con la mirada en padrinos punks y de los 60’). Los 90’, en Argentina, se nutren de todo eso, y obvio, la decadencia económica sin retorno, que terminaría en el famoso “cacerolazo”, del año 2001. La TV brinda la última mirada sobre la hoy fósil clase media, con “Son de 10”, para luego terminar aggiornando su discurso al presente, a través de tiras laxas como “Gasoleros”.
Así, llegamos a los 2000, década en dónde el rock, se adapta a una formalización discursiva virtual, y al no plantear los repertorios o géneros dentro de lo concreto e inesperado de la vida misma, hace estéril por lo general cualquier intento de fresca escena estética y musical.
Así, en este cambalache grotesco, entran los Reyes Del Falsete. Quizá en su por momentos “carcajada musical”, las cosas se lean a primer escucha como irritantes, o teñidas de cierta “poesía snob surrealista”. Por eso para evitar confusiones vamos a tratar de recortar su genealogía musical, antes de que algún “dinosaurio de la opinología”, los deposite en escatológicos precipicios.
Los Reyes del Falsete, representan una extensión particular del “Adrógue Sound”, (ese que Victoria Mil y otros definieron hace casi 10 años atrás). Esa peculiaridad se debe a que no hay rastros claros de hedonismo, (quizá la corta edad de sus integrantes o también porque hoy ni siquiera existe la chance práctica de poder llevarlo a cabo). Tampoco pareciera haber indicios de suntuosidad instrumental y menos de una filosofía enmarcada en “sueños hippies construidos en plaza Francia”.
Así, pareciera que los Reyes, son un trío musical que le canta al mundo, desde una particular perspectiva. No hay formación clásica, (son dos guitarras y batería), no hay una línea sonora en los temas, y tampoco parecen pertenecer a ese “naif punqueque irritante”, que tanta atañe al adolescente argentino y tampoco esas ganas de querer brindar adultez, ocultando miedos y dudas púberes.
Entonces la cuestión pasa por una especie de “infanticidio”, desarrollado en un tracto de toxicología adolescente, cinismo púber y una “musicología”, que no levante bandera alguna de solemnidad, obteniendo como resultado positivo una frescura ridícula pero no carente de reflexión.
Desde el primer tema que tocaron “Tifi Rex”, (el único en el cuál pareció haber algún tipo de defasaje en las guitarras), pasando por el derrame efervescente que resulta el “Gran Cohete”, a partir de sus acordes iniciales, hasta la siempre metamorfosis práctica que se da en la “Fiesta de la Forma”, pasando por esa especie de “cordillera hormonal” del desparpajo que resultan “Pacheco”, “El telefonista loco”, hasta el cierre con “Yabrán”, queda claro que las imágenes retratadas, hablan de un mundo doméstico, donde el fastidio, adopta formas directas de demostrarlas (“Me caes mal, realmente mal”,), enuncia la letra de “El Gran Cohete”, ironía, (“el pelo se cayo, la cara se cambio de forma”en “La Fiesta de la Forma”. También hay dejo para lo “sexy-nerd”, evidenciado a priori, en “Mi Chica”, (“mi chica esta borracha, mi chica esta en bombacha”).
Fuera de toda normatividad “farisea estética”, (que tanto constipa hoy al adolescente argentino), y expresando dosis claras de justeza y vileza tanto musical como lírica, los reyes, no abordan la primera nave, que los lleve hacia destinos manejados por “androides palermígenas”, ni tampoco en carretas musicales, que olvidaron los autopistas y túneles de la actual contexto moderno.
En su práctica, su música encuentra un espacio, un lugar, en dónde se marca claramente que en cuestión de arte, el relativismo e hibridez en dónde nada tiene explicación es sólo el discurso “cualúnque y sifilítico” de personas que por una cuestión de obligada pertenencia, darían la sensación hoy en día, de que “la ignorancia se paga con arte”, (ej, la ola abusiva de nuevos fotógrafos digitales, etc), cuando en realidad, las cosas que realmente cuentan, son esas búsquedas personales y autárquicas, de un posible territorio, definido de manera fina y sutil.
En suma, “Los Reyes”, determinan conscientes o no, que lo valuable, debe estar bien lejos siempre, de cualquier recurso extraído de “leprosario botiquín”, ya que más allá de los remedios, la cura y purgación, que el arte a priori da, nunca llegará.
Bernardo Damián Dimanmenenendez
De ahí que la decantación de nuestros actos, se declaren en un universo diferente ya que nuestro mapa de acción de manera invisible fue alterado por diferentes masajes nuestras neuronas.
Como ejemplo vale decir, que no es lo mismo la constitución de los adolescentes del 60’, estimulados por la Familia Falcón, el ácido lisérgico, y los Beatles, que los 70’, con Rolando Rivas Taxista en TV, militares castrenses y rock progresivo.
La diversidad de los 80’ que se dio en Argentina, tampoco surgue porque si. Al advenimiento de la democracia, la cocaína, la TV color, y la “New-wave”, hace que el posmodernismo grité presente por estos lares.
Así llegan los 90`’, en dónde algunos de los ítems mencionados a partir de una mirada retro, se actualizan, drogas y la música mediante, (función ritual similar entre el LSD, y el éxtasis, Nirvana y Oasis, entre otros, con la mirada en padrinos punks y de los 60’). Los 90’, en Argentina, se nutren de todo eso, y obvio, la decadencia económica sin retorno, que terminaría en el famoso “cacerolazo”, del año 2001. La TV brinda la última mirada sobre la hoy fósil clase media, con “Son de 10”, para luego terminar aggiornando su discurso al presente, a través de tiras laxas como “Gasoleros”.
Así, llegamos a los 2000, década en dónde el rock, se adapta a una formalización discursiva virtual, y al no plantear los repertorios o géneros dentro de lo concreto e inesperado de la vida misma, hace estéril por lo general cualquier intento de fresca escena estética y musical.
Así, en este cambalache grotesco, entran los Reyes Del Falsete. Quizá en su por momentos “carcajada musical”, las cosas se lean a primer escucha como irritantes, o teñidas de cierta “poesía snob surrealista”. Por eso para evitar confusiones vamos a tratar de recortar su genealogía musical, antes de que algún “dinosaurio de la opinología”, los deposite en escatológicos precipicios.
Los Reyes del Falsete, representan una extensión particular del “Adrógue Sound”, (ese que Victoria Mil y otros definieron hace casi 10 años atrás). Esa peculiaridad se debe a que no hay rastros claros de hedonismo, (quizá la corta edad de sus integrantes o también porque hoy ni siquiera existe la chance práctica de poder llevarlo a cabo). Tampoco pareciera haber indicios de suntuosidad instrumental y menos de una filosofía enmarcada en “sueños hippies construidos en plaza Francia”.
Así, pareciera que los Reyes, son un trío musical que le canta al mundo, desde una particular perspectiva. No hay formación clásica, (son dos guitarras y batería), no hay una línea sonora en los temas, y tampoco parecen pertenecer a ese “naif punqueque irritante”, que tanta atañe al adolescente argentino y tampoco esas ganas de querer brindar adultez, ocultando miedos y dudas púberes.
Entonces la cuestión pasa por una especie de “infanticidio”, desarrollado en un tracto de toxicología adolescente, cinismo púber y una “musicología”, que no levante bandera alguna de solemnidad, obteniendo como resultado positivo una frescura ridícula pero no carente de reflexión.
Desde el primer tema que tocaron “Tifi Rex”, (el único en el cuál pareció haber algún tipo de defasaje en las guitarras), pasando por el derrame efervescente que resulta el “Gran Cohete”, a partir de sus acordes iniciales, hasta la siempre metamorfosis práctica que se da en la “Fiesta de la Forma”, pasando por esa especie de “cordillera hormonal” del desparpajo que resultan “Pacheco”, “El telefonista loco”, hasta el cierre con “Yabrán”, queda claro que las imágenes retratadas, hablan de un mundo doméstico, donde el fastidio, adopta formas directas de demostrarlas (“Me caes mal, realmente mal”,), enuncia la letra de “El Gran Cohete”, ironía, (“el pelo se cayo, la cara se cambio de forma”en “La Fiesta de la Forma”. También hay dejo para lo “sexy-nerd”, evidenciado a priori, en “Mi Chica”, (“mi chica esta borracha, mi chica esta en bombacha”).
Fuera de toda normatividad “farisea estética”, (que tanto constipa hoy al adolescente argentino), y expresando dosis claras de justeza y vileza tanto musical como lírica, los reyes, no abordan la primera nave, que los lleve hacia destinos manejados por “androides palermígenas”, ni tampoco en carretas musicales, que olvidaron los autopistas y túneles de la actual contexto moderno.
En su práctica, su música encuentra un espacio, un lugar, en dónde se marca claramente que en cuestión de arte, el relativismo e hibridez en dónde nada tiene explicación es sólo el discurso “cualúnque y sifilítico” de personas que por una cuestión de obligada pertenencia, darían la sensación hoy en día, de que “la ignorancia se paga con arte”, (ej, la ola abusiva de nuevos fotógrafos digitales, etc), cuando en realidad, las cosas que realmente cuentan, son esas búsquedas personales y autárquicas, de un posible territorio, definido de manera fina y sutil.
En suma, “Los Reyes”, determinan conscientes o no, que lo valuable, debe estar bien lejos siempre, de cualquier recurso extraído de “leprosario botiquín”, ya que más allá de los remedios, la cura y purgación, que el arte a priori da, nunca llegará.
Bernardo Damián Dimanmenenendez
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