martes, 29 de abril de 2008

New Chabon


Quizá la dislexia funcional del rock argentino de los 90’, que llevó luego a su posterior estancamiento, se debió a la falta de encuentro de los dos polos estéticos-artísticos en pugna. Por un lado, la camada alternativa-sónica, ofrecía un lenguaje musical innovador, pese a lo intangible de su prosa para el imaginario local.
Por el otro, el rock-barrial, brindaba una visión más terrenal, pero su música caía en el exceso de las formas arcaicas.
El hedonismo sónico, con su grotesco y versatilidad estética, no podía lograr que sus impresiones se inscriban con naturalidad en la crudeza de la “vereda argentina”, a la vez, que el clasicismo del “rock” del barrio, generaba sujetos pudorosos, de mostrar algún tipo de ironía renovadora, cayendo estos, en una demagogia populista que descartaba todo lo que sea diferente. Así, entre el “ghettismo” forzado de unos, y el “patoterismo vecinal” de otros, el punto de encuentro, que dispare un nuevo rock argentino quedo vacío.
Mármol, es a priori, un lado “B” de Adrogué. Sus casas denotan menor fastuosidad, hay un menor narcisismo en sus habitantes, sin por eso escatimar al arte como posibilidad de contarle historias al mundo. Todo ese aire de “amiguismo” vecinal, que recuerda añejas épocas, sumada a la particular gesta de música que se respira por esos lados, predispone a Mármol R, a inscribirse en el rock de una manera peculiar.
Rozados por el “Adrogué Sound”, pero sin abrazo posible, debido a su delimitación “psico-dinámica” fuera de toda oniria existencial. Abortan también, caer en la “petulencia callejera”, para que las historias contadas no tengan temor a la exposición carnal y desnuda, sin por eso escatimar sensibilidad y creatividad.
La música de Mármol R entonces puede verse de como una extensión de su denominación, apuntando sus sonidos, ha algo simple y que sirve como barómetro mudo de la cotidianeidad, pero que en la confusión el rock barrial no tomo en cuenta.
La referencia es para el aire que se respira en las calles, que narran amores escondidos, caminatas dónde se purga el dolo afectivo, a la líbido que de las mismas surgen, y de la cuál solo el asfalto es fiel testigo.
En el caso de los “marmoleros”, al ser una localidad pictórica, suburbana y fuera del frenesí cosmopolita, el pavimento no lo simboliza tanto, sino que aún queda lugar para el romanticismo del empedrado.
En suma, estaríamos hablando de “Empedrado Sound”, determinado por el aire suburbano, la dinámica conversacional y el mismo conventillo que esto genera, fuera de todo desenfreno compulsivo, egoísmo o mutismo generalizado de sus habitantes.
Su música bípeda, le permite un grato andar. Así a cada paso de bajo y batería acelerada y rimbombante, le sigue otro, de arreglos juguetones de guitarras.
Así en el patear, se descubren “relojes biológicos” fuera de tiempo, efímeras alegrías corrompidas por extensos quejidos sentimentales. La poesía musicalizada parece una catarsis de batallas afectivas en dónde el “ying”, le ganó al “yang”, en el destino circular de la vida misma.
Intentando retrotraer esos dolos fisiológicos que pierden la batalla frente al tiempo y que durante los 80’, tan bien supieron retratar Federico Moura o Miguel Abuelo, entre otros, destacan en su primer Ep Homónimo, “Qué otra función del tiempo”, “Extraña, inquieta”, y “Yo me volví”. Esta última de notable in-crescendo emocional en la intro, actualizando en plano criollo y en su “climax” musical, aquellos parajes impetuosos que el “Madchester”, de la mano de Ian Brown y Shaun Ryder, construyó hacia fines de los 80’.
Así como Roberto Arlt, a través del grupo Boedo, supo llevar a niveles más laxos, la poesía elegante pero equidistante de la realidad contextual del Grupo Florida, de Borges y Cía, Mármol R, en su despliegue musical, parece cambiar la brújula del estereotipo del “pibe de la esquina”. Los “birrines” y la “fantochada”, son dejados a un lado, por poesía doméstica y rupestre, de temores y eternas dudas, acercando un punto de encuentro más real, entre el exceso futurista y el tradicionalismo clasicista, a través música que podría ser considerada como el primer diagnóstico de un “New Chabón”.

Bernardo Damián Dimanmenendez

Veredas Opuestas


El pasado domingo en el anfiteatro del Parque Recreativo de Hurlingham, dos estilos opuestos se encontraron. Parando por un lado el Carro de Yaggernat, y por otro Trazo Fino, su antena acústica que los para de diferente manera a la hora de practicar música, la tarde apacible se fue musicalizando a través de la “conga rock” de los Trazo Fino y el pub-rock de El Carro de Yaggernat.



Hurlingham, parece desde su fisonomía natural brindarle un pequeño honor a su denominación anglosajona. Así entre brotes de aire húmedo, el vigoroso césped que recorre sus veredas se vuelve tan intenso, al punto tal que llegado un momento, uno supone que tirando una semilla al mismo pasto cualquier tipo de planta, crecerá en cuestión de segundos.
El Parque recreativo de Hurlingham, con su Anfiteatro circular con capacidad para casi 250 personas, fue el anfitrión de dos propuestas musicales opuestas. Por un lado aparecen los Trazo Fino. Banda que rastrea el lado clásico suburbano del oeste más pudiente, (Hurlingham, Palomar, San Miguel) y lo mecha con la indiosincracia contextual de dicho sector. Así, entre historias cotidianas, de “Romeos y Julietas del conurbano”, toxicología blanda, y añoranza de fraternidad construyen su organismo musical.
Comandados por la voz ronca y desencajada de “Matas”, seguidos por la compacta base de bajo de Facu, (siguiendo el legado de fraseos dinámicos que otorgo allá a lo lejos, Arnedo), la prolija batería de Pastel, y los decorados de guitarra y percusión (Chino y Maxi respectivamente), la banda articula su musicalidad en la genealogía de reggae y ska ortodoxo de aquellos primeros Fabulosos Cadillacs, con otras canciones más puristas de rock, que responden al ya añejo y desgastado “rock chabón”.
Así, entre el repertorio tocado, destacaron “Praderas”, “Estallar” y “Azul”.
Su musicalidad aparece respetable por convicción natural, más que por “background” cultural, siendo plenos poseedores de un lugar válido como práctica ilustrativa de lo que llevan en la sangre, no como discurso “contracultural”, que pueda ofrecer algún tipo de historia nueva al rock.

No obstante su sonoridad “amiguista”, es bien llevada sobretodo en los temas que buscan cierta complicidad rítmica, en los aleatorios ritmos jamaiquinos, que tanto inspiraron al rock vernáculo hacia fines de los 80’.
Más tarde, llegó el turno del Carro de Yaggernat, Ubicados en la circularidad romana, del pequeño anfiteatro. Poetas, arropados entre el exceso fisiológico y la mordacidad del lobo agazapado, para poder caer siempre bien parado, miran al público buscando algún punto de encuentro, entre su “yo” interior, y el exterior divisado y abren con la canción “Invierno”.
Luego pasan por “Xul Solar”, para terminar la primera parte con “Reggae Nº1”. Forasteros contextualmente en el lenguaje cosmopolita que manejan, su música destilo chispazos acaramelados mientras las estrellas, y los últimos gritos de niños ya insolados, se dirigían a sus casas.
Con capacidad para flexibilizar y estilizar, su musicalidad según el “convite” ofrecido, el desempeño del carro fue parejo. Fluyendo entre la dosis de melancolía y algún que otro resplandor de esa secreción acertadamente penosa que musicaliza imágenes de la desolación del juglar experimentando en tierras lejanas.
Luego del “Cúmulo”, finamente cierran con “La Célula”, demostrando que el incendio artístico es numerosas veces, más acertado que cualquier intento de caricaturizar al rock, a través de ritos, estandartes, prácticas e insignias, como manera de refutar un camino que ya en la música esta plagado de pozos ciegos.
Así cerró la noche, entre dos polos opuestos, que a su manera cuentan su verdad, y manera de expresar o musicalizar su inserción en la vida misma con las confituras y amarguras que la misma depara. Sin embargo, y más allá de esto siempre es válido que la verdad de uno, se logre cotejar con los estímulos visuales y auditivos, que nos cruzan en el siglo XXI, porque para “híbridos artísticos” o “mainstream estéticos”, el rock ya no tiene vueltos, y sino que el último tire la piedra o cierre la puerta, ¿Se entiende porque sigo diciendo que son de más los trapos y banderas?.

Bernardo Damián Dimanmenendez

viernes, 25 de abril de 2008

White trash criollo


“La Bomba Sucia” de El PerroDiablo, podría ubicarse en la línea de pedidos de haberes renovadores para la juventud argentina, y que marcando una línea cronológica podría comenzar en el primer disco de Los Violadores, en el “Patria o Muerte” de Don Cornelio y la Zona, o en “En el Simpatía por los Demonios”, de Demonios de Tasmania.
La diferencia se va a dar porque el reclamo aquí efectuado, no va a pasar por la opresión dictatorial, (Los Violadores),falencias democráticas (Don Cornelio) o sobredosis de demagogia cultural.(D.D.T.), sino por querer demarcar al rock, como un discurso directo, plano y arrollador contra cualquier hibridez cultural o frívola ideología.
Ya desde el arte de tapa, (con el camión Mercedes Benz a punto de arrollar a un esbelto y semidesnudo cuerpo femenino a bordo de un moderno monopatín), los PerroDiablo recortan una especie de musicalidad “tunera”, dónde cualquier aerodinámica estética y cómoda para la música será arrollada, sin pedir perdón y tampoco sin medir grado alguno de lesión.
“La Bomba Sucia” pareciera entonces, un alarido misógino de “white trash” criollo, que funcionaría como remedio caústico para paliar el “vampirizaje” artístico, espiritual y filosófico que baña a gran parte del mundo musical de hoy en día (público inclusive).
Ya desde el primer tema, “Invasión Infinita” y a partir de un decálogo de riffs, punteos y acordes de rock “garage”, “punk” o “country-hard”, la ruta sonora de los PerroDiablo, se despliega de manera unidireccional fuera de todo estéril intelectualismo y como mostrando a esa “otredad”, (mujeres, música pop, ghettos estéticos y snobs), como algo que en lo posible debe ser denostado o al menos modificado.
A la vez, ese otro mundo calumniado, sirve conscientemente como “magma” creativo para su venenosa poesía que pareciera narrar imágenes escabrosas y escatológicas que asoman ante la falta de alguna línea moral que clarifique el andar de los jóvenes por el siglo XXI.
Las letras de Doma, parecen estar impregnadas de beligerante veborragia dejando a cada frase heridas sanguinolentas, que son profundizadas por las guitarras (Chaume y Manu), y la latosa base que conforman (Alfhonse en batería y Pata en bajo). Así cada uno cumple su rol “de verdugo con cuchilla bien afilada”, para que la música tome una combativa línea y se adapte perfectamente a las tajantes imágenes narradas por Doma y su agitada voz.
El recorrido aplanador sin retorno que se va desarrollando al escuchar el disco, parte de una desenfadada insurrección en la cuál, se van a ir cotejando de manera personal y autárquica, experiencias sensoriales y sexuales de todo tipo.

Si Federico Moura cantaba su oda a la masturbación describiendo “mieles y lunas entra las manos”, Doma y los suyos van a destilar un sabor paródico más rancio y crudo. Así al hablar de neurosis fisiológicas, más que una metáfora del lenguaje, lo que hacen es utilizarlo a este mismo, como un simple elemento al servicio de su “motín” artístico. Vale como referencia de esto la letra de “Rebote”: “Pervertí tus rebotes en mi imaginación, trazos desenfadados, trazos de sedición. Me estas convirtiendo en un arquitecto de los pretextos”.
La aceleración musical impresa por los PerroDiablo, brinda indicios ciertos de la falta de un contexto armónico y claro, para el desarrollo de algún tipo de sociabilidad amena. Entonces recortados, defenestrados y chamuscados por el frenesí del posmodernismo, la vivencia es puro presente, sin temor al dilema moral a posteriori. Como ejemplo válido, de todo esto, asoma uno de los mejores temas del disco, “Todos los No”. Pieza musical que esta en la frecuencia de “tunning” que asoma por la tapa del disco, y cuya sonoridad se asemejaría a una especie de “sudestada” de pleno arrojo “Hoolighan”. La letra se acopla con osadía al dial y dice: “Algo rebelde, contagiosa, decidida, nocturna fragilidad cretina. Te invito al ciclón con un señuelo, bebamos espíritus ajenos, en el desorden del asiento trasero. Ella dijo que sí, que sí..., ella dijo que...”.En una época donde la planicie de acceso a la música, que se da a través de la internet, rompe con el ritual que antes enmarcaba al oyente y banda, surgen cofradías o subulculturas musicales laxas y oscilantes hacia un cierto ladinismo espiritual. El PerroDiablo no solo las cruxifica a través de su música, sino que además levanta su bandera fálica virulenta, para demarcar bien lo que va, de lo que no. Así corrosivamente, aparece, “Malas Preguntas”, en dónde a través del “esto esta lleno de putos”, de su estribillo, vacunan mortalmente con su cepa artística, cualquier “gripe” ideológica que atañe al rock y al coventillo, que el mismo genera. El resultado de las mayorías de las prácticas musicales actuales da generalmente por resultado, los “ni”, o “so”. “La Bomba Sucia”, representa todo un paso adelante, en función de cómo impunemente toda esa agria sensación, que pareciera marcar en serie todo tipo de forma expresiva musical, es negada a través de un “Si” rotundo. Eficacia que se enmarca en la actitud de sus integrantes de tomar el toro por las astas, demarcando la ideología que recorren sus venas y que sin pedido de licencia alguna,“vomita” atrevidamente al oyente Tal vez, para Doma y los suyos, el quid de la cuestión pase por atravesar la bronca sobreponiéndose a toda pestilencia moral, intentando construir su propio lugar en el mundo, más allá de que en el fondo este siga girando de la misma forma

Bernardo Damián Dimanmenendez

sábado, 19 de abril de 2008

Periféricos y Sagaces


El pasado viernes en el Tío Bizarro se presentaron las agrupaciones platenses El Perro Diablo y Soundblazter. Arropados bajo una catarsis plena de energía los perro’ y en un ritual de “tecno-multimedia tercermundista” los blazters’, la noche resulto plena de energía, de esa que hoy en día escasea en el rock.


El Tío Bizarro tuvo la grata idea de desmontar el añejo escenario de madera, y directamente reemplazarlo por cerámicas nuevas. Así se dispone a bandas y público en el mismo nivel postural, para que el contacto entre oyente y espectador sea pleno y directo.
Alrededor de las 2 y media de la mañana, arrancaron los PerroDiablo. Los platenses parecen alojados en una musicalidad que aparenta “aggiornar” el antiguo “white trash”, que Mc5, y Stooges comenzaron a lo lejos allá por los 60’. Su performance es descarnada, virulenta y sin respiro, intentando a través de “bofetadas” sonoras, despabilar al oyente, para que este lleve su atención y cuerpo, a un nivel frondoso de vigor actitudinal.
Así camuflados en una “ira poiética”, su alarido de misoginia musical, evita caer cómodo con los oyentes, a los cuáles parecen salpicar sin temor provocar algún tipo de “naúsea” en su gusto o código social. Si alguna vez, comenté que el Carro de Yagernatt ubica su poesía en el plano del poeta salvaje, que sabe de sus miedos, y expulsa una especie de “semén trágico y divino”, los Perro Diablo, parecieran eyacular un “semén caústico” que derrite todo a su andar, evitando cualquier facilismo satírico.
Así pasan entre otros, “Estrella”, “Club de Solas”, hasta llegar a la frenética “Ella Dijo”.
Parecieran jugar al límite del “guiño irónico”, hacia el espectador, ya sea, desde la filosofía que impregna sus letras, pasando por las punzadas sanguinolentas de guitarras, y la gestualidad de “crooner” desafiante, epiléptico y neurótico que resulta ser, su cantante Doma.
Así entre paseos por el público de Doma, los PerroDiablo, tocan ese especie de “Himno Anti-Lánguido”, “Malas Preguntas”, en dónde lo mordaz de su estribillo, (que repite “esto esta lleno de putos”), en realidad es un llamado de atención entre tanta cofradía banal y acéfala que hoy predomina en el rock.
Finalmente cierran, con “Amiga”, demostrando que si uno quiere embarcarse en algún plano clásico del rock, las chances creativas son claras, siempre y cuando se hable de cosas que “derriten” la paciencia del joven actual, y no de crear un espectro genérico, en dónde más allá de la música, la narrativa que las acompaña pareciera contar imágenes extraídas de algún mal “rockumental de rock”, de esos que hoy tanto rotan por cadenas musicales de tv, contando un mundo más cercano al de Heidi y su abuelito.
Perro Diablo, ubicado en el plano del frenesí del rock “hipra-expresionista” (Stoogies, Mc5, New York Dolls), trata las cosas como son, a su manera, y quizá con excesos, pero que en el fondo, sirven más que cualquier “abrazo de judas”, que solo deja un legado de “halitosis” mental.
Más tarde llegó el turno de Soundblazter. Trovadores de un idioma galáctico, cuyas estrellas y planetas inspiradores, parecieran formar parte de un cielo infinitamente grotesco y tercermundista. Su propuesta “tecno-villa”, se enmarca en un ritual didáctico, en dónde ridículo, talento, desborde y desobediencia conviven perfectamente en la musicalidad sample-collage que enmarca sus temas.
Comandados por Cristián, (camuflado en una gorra que pareciera ganada en un concurso de la FONAVI), y en dónde a través de una locución corporal “dance-extravagante”, sus pasos parecen bajar a tierra ese concepto de parodia “gronchofílica”, que la banda emana. Así, pantalla multimedia mediante, que hace de soporte a la música, Cristián parece acertadamente un pintor, fertilizado por “vino patero”, concursando en algún baile de discoteque de los 70’. La banda abre con “Jauría”, le sigue “Rockero” y cierran la primera parte del show con “Los Olvidados”.
Soundblazter es una banda que invita al descontrol, festejando el puro presente, sin pecar en artilugios demagógicos, y acelerando los ritmos según lo que el contexto amerite. Su jactancia musical, es tan contagiante, que provoca el baile, sin respetar target o perfil socieconómico.
Desde “El Nuevo Amor”, pasando por “Scum”, “Forastero”, hasta llegar a “Radio Studio Dance”, toda verticalidad discursiva artística fue valiosamente corrompida con el público bailando de manera tribal alrededor de la banda.
Así entre “sample va, sample viene”, la banda detiene finalmente su transitar desaforado, con “Vía Circuito”, y habiendo logrado su objetivo de deglutir toda neurona insípida, a través de una dinámica, flexible y vigorosamente hipnótica música.
Así cerró la noche en Burzaco, con dos propuestas diferentes, que hacen de las falencias y dilemas que otorgan la experiencia de vivir en un país periférico como Argentina, un original magma creativo. En el caso de los perro’, virulencia artística al servicio de purgar todo “naif” cultural constipante, y en el de los blazter’, parodia expresiva, para dar cuenta de que el dance, también puede ser escuchado en cualquier monoblock del país.

Bernardo Damián Dimanmenendez

jueves, 17 de abril de 2008

Arte y Expresión, debe y haberes


Una muchas veces se pregunta cuales son las cosas que determinan que una generación sea diferente de otra, ya sea en gustos, costumbres o actitudes. Bueno básicamente lo que siempre resalta en todo esto parecieran ser los estímulos “audio-visuales”, con los que lidiamos especialmente en los primeros años de nuestra existencia.
De ahí que la decantación de nuestros actos, se declaren en un universo diferente ya que nuestro mapa de acción de manera invisible fue alterado por diferentes masajes nuestras neuronas.
Como ejemplo vale decir, que no es lo mismo la constitución de los adolescentes del 60’, estimulados por la Familia Falcón, el ácido lisérgico, y los Beatles, que los 70’, con Rolando Rivas Taxista en TV, militares castrenses y rock progresivo.
La diversidad de los 80’ que se dio en Argentina, tampoco surgue porque si. Al advenimiento de la democracia, la cocaína, la TV color, y la “New-wave”, hace que el posmodernismo grité presente por estos lares.
Así llegan los 90`’, en dónde algunos de los ítems mencionados a partir de una mirada retro, se actualizan, drogas y la música mediante, (función ritual similar entre el LSD, y el éxtasis, Nirvana y Oasis, entre otros, con la mirada en padrinos punks y de los 60’). Los 90’, en Argentina, se nutren de todo eso, y obvio, la decadencia económica sin retorno, que terminaría en el famoso “cacerolazo”, del año 2001. La TV brinda la última mirada sobre la hoy fósil clase media, con “Son de 10”, para luego terminar aggiornando su discurso al presente, a través de tiras laxas como “Gasoleros”.
Así, llegamos a los 2000, década en dónde el rock, se adapta a una formalización discursiva virtual, y al no plantear los repertorios o géneros dentro de lo concreto e inesperado de la vida misma, hace estéril por lo general cualquier intento de fresca escena estética y musical.
Así, en este cambalache grotesco, entran los Reyes Del Falsete. Quizá en su por momentos “carcajada musical”, las cosas se lean a primer escucha como irritantes, o teñidas de cierta “poesía snob surrealista”. Por eso para evitar confusiones vamos a tratar de recortar su genealogía musical, antes de que algún “dinosaurio de la opinología”, los deposite en escatológicos precipicios.
Los Reyes del Falsete, representan una extensión particular del “Adrógue Sound”, (ese que Victoria Mil y otros definieron hace casi 10 años atrás). Esa peculiaridad se debe a que no hay rastros claros de hedonismo, (quizá la corta edad de sus integrantes o también porque hoy ni siquiera existe la chance práctica de poder llevarlo a cabo). Tampoco pareciera haber indicios de suntuosidad instrumental y menos de una filosofía enmarcada en “sueños hippies construidos en plaza Francia”.
Así, pareciera que los Reyes, son un trío musical que le canta al mundo, desde una particular perspectiva. No hay formación clásica, (son dos guitarras y batería), no hay una línea sonora en los temas, y tampoco parecen pertenecer a ese “naif punqueque irritante”, que tanta atañe al adolescente argentino y tampoco esas ganas de querer brindar adultez, ocultando miedos y dudas púberes.
Entonces la cuestión pasa por una especie de “infanticidio”, desarrollado en un tracto de toxicología adolescente, cinismo púber y una “musicología”, que no levante bandera alguna de solemnidad, obteniendo como resultado positivo una frescura ridícula pero no carente de reflexión.
Desde el primer tema que tocaron “Tifi Rex”, (el único en el cuál pareció haber algún tipo de defasaje en las guitarras), pasando por el derrame efervescente que resulta el “Gran Cohete”, a partir de sus acordes iniciales, hasta la siempre metamorfosis práctica que se da en la “Fiesta de la Forma”, pasando por esa especie de “cordillera hormonal” del desparpajo que resultan “Pacheco”, “El telefonista loco”, hasta el cierre con “Yabrán”, queda claro que las imágenes retratadas, hablan de un mundo doméstico, donde el fastidio, adopta formas directas de demostrarlas (“Me caes mal, realmente mal”,), enuncia la letra de “El Gran Cohete”, ironía, (“el pelo se cayo, la cara se cambio de forma”en “La Fiesta de la Forma”. También hay dejo para lo “sexy-nerd”, evidenciado a priori, en “Mi Chica”, (“mi chica esta borracha, mi chica esta en bombacha”).
Fuera de toda normatividad “farisea estética”, (que tanto constipa hoy al adolescente argentino), y expresando dosis claras de justeza y vileza tanto musical como lírica, los reyes, no abordan la primera nave, que los lleve hacia destinos manejados por “androides palermígenas”, ni tampoco en carretas musicales, que olvidaron los autopistas y túneles de la actual contexto moderno.
En su práctica, su música encuentra un espacio, un lugar, en dónde se marca claramente que en cuestión de arte, el relativismo e hibridez en dónde nada tiene explicación es sólo el discurso “cualúnque y sifilítico” de personas que por una cuestión de obligada pertenencia, darían la sensación hoy en día, de que “la ignorancia se paga con arte”, (ej, la ola abusiva de nuevos fotógrafos digitales, etc), cuando en realidad, las cosas que realmente cuentan, son esas búsquedas personales y autárquicas, de un posible territorio, definido de manera fina y sutil.
En suma, “Los Reyes”, determinan conscientes o no, que lo valuable, debe estar bien lejos siempre, de cualquier recurso extraído de “leprosario botiquín”, ya que más allá de los remedios, la cura y purgación, que el arte a priori da, nunca llegará.
Bernardo Damián Dimanmenenendez

martes, 15 de abril de 2008

Música para Untar


En los 80’, el universo de renovación y reviente, entraba sin excesivos trámites burocráticos, en los hogares de la clase media, como en las ya añejadas guaridas hippies, pasados 6 años de cruda dictadura. Así el rock argentino, sin escapar al flujo dinámico de los 80’ (comienzo de la globalización y del auge del capital financiero), pareció dividirse siguiendo los lineamientos de una góndola de supermercado de esos años.
Teníamos a las bandas que por su crudeza podrían situarse dentro del stock de bebidas fuertes como la Ginebra Bols, (Sumo, Los Redondos), otros que parecieran ubicarse en el lugar de las nuevas bebidas “diet” y modernas, (Soda Stereo, Virus, Los Encargados) y otros que apuntaron a modernizar o resignificar el consumo de productos clásicos , como sucedió con la margarina Dánica Dorada, (Suéter, Los Abuelos de la Nada).
Así partiendo de esta idea de demarcar un terreno de “perfil músical-consumidor”, y enmarcados dentro de los “productos clásicos”, los Arroba, construyen su góndola musical, sin quiebre ideológico sonoro alguno, pero apostando al buen gusto por la canción.
Las melodías de sus canciones se ponen al servicio, de melómanos de la primera “Fm” que encuentren a mano, como también de transeúntes noctámbulos en busca de “amiguismo” nocturno, entre “anónimos abrazos etílicos”, ya sean, masculinos o femeninos.
Así la banda cobra vitalidad, especialmente cuando los machaques de guitarra salen disparados en temas como “Buen Día Día”, “La Contrariedad” o “Comida China”, retrotrayendo la idea de fuga emocional vehicular, que Andrés Calamaro constantemente retrataba en sus videos por la General Paz, en la época de “Por Mirarte”(1988).
También hay lugar para arpegios matinales de esperanza, tan cercanos a ese “soft” pop, que bien se construyó vernáculamente en los 80’. Necesidad que nace, de explorar sentimientos simples pero no por eso poco profundos, antes de que la sensualidad se vuelva pragmáticamente pornográfica, y el ideal de belleza femenino se encontraba medianamente lejos del “polstergeist” de silicona de hoy en día.
Bajo esta óptica aparecen “Más, más y más” o “Reino de la inocencia”, con el final buscando la frecuencia de los “raps funks” del Fito Paez de “Tercer Mundo”, (aunque el color foráneo que se rastrea en la voz del final, le haga perder un poco de calidez y validez, a la vez).
En síntesis la música de Arroba, suena clásica pero fresca, como si fuera el testamento fidedigno de un añejo rollo Kodak de hace 20 años, que retrata lo últimos momentos gratos para la ya lapidada clase media argentina. Época dónde la revolución pasaba entonces, por algún “boite vintage”, antes de que “hiperinflación” mediante, el rock se volviera lucrativo simbolizando la esquina del barrio y los “new rich” reemplacen las supremas de pollo por comida china.

Bernardo Damián Dimanmenendez