miércoles, 18 de junio de 2008

"No quiero una porción, de espacio"


El pasado sábado los Reyes del Falsete se presentaron en Ludovico, localidad de Temperley. En el desarrollo ecléctico que su música pregona, a veces hay excesos permitidos, siempre que estos aporten a una mayor versatilidad de su obra, y no termine denostándose su esencia natural.


Ludovico, casa chorizo de los años 40’, permite que el espacio sea aprovechado por jóvenes para poder oír nueva música. Así, la función que en tiempos anteriores ocuparon los potreros para el desarrollo de futuros cracks de fútbol, y que hoy en capital escasean, (debido al lobby de mercadotecnia estéril nocturna), permite que aledaños músicos de la zona se expresen. Esto sería entonces, “papy-rock”, con los veinteañeros Reyes del Falsete, tratando de definir grados emocionales y músicales, para que su primer disco resulte una necesaria vitamina a escuchar, y no una golosina que se compra solo por la necesidad de sacar cambio para el colectivo.
Ubicados en un universo de “grotesco enfant”, los reyes supieron marcar su propio juego musical, a partir de un “happening melódico”, que media entre el desenfado y la emocionalidad confesional “post-teenager”.
En el post, entre noñatez y maduración se desplegaron acertadamente hacia esta última, a partir su particular caudal vocal y su versatilidad autodidacta instrumental con perlas ya conocidas y ofrecidas en el repertorio del sábado, como: “La Fiesta de la Forma”, “El Gran Cohete” “Yabrán” o “Las como son”.
Cuatro ejemplos demarcan cómo su mejor “afinación creativa”, viene de la mano de acordes limpios, que se cruzan entre las dos guitarras, y caen como “gatorade”, al final del cualquier evento deportivo, para sus voces. La batería de Tomas Corley, acompaña siempre, a veces en cuotas excesivas, pero al no haber bajo, el cuerpo de base jamás queda empachado.
Así, lo noblemente pictórico de los reyes, fue siempre rastrear desde un formato entre “Beat-sixty”, algún punto de encuentro actual con sonidos más contemporáneos y su nata versatilidad de “performers” en vivo.
Sus “shows”, por lo general, ahondan en imprevisibles destinos para las formas conjugadas en sus temas, como en la idea sonora anterior que los contenía, y todo basado en un cúmulo simple de acordes. Así, entre la hondanada de evocación sentimental, experiencia toxicológica blanda, eufemismos personales e historias “atemporales” válidas para el oyente, lubricaron todo un horizonte creativo y válidamente original, y sin pedir permiso a cualquier tipo de “haber” musical constituido.
En el proceso de formación, a partir de algunos temas nuevos ofrecidos en el show de Temperley, como “Monseñor Dirá”, quizá haya un respiro a las formas que lo contuvieron anteriormente, y un rumbo musical más visceral, pero no tan directo. Esta nueva asunción en sus formas “poiéticas”, no los deja mal parados por ductilidad instrumental, pero los nuevos caminos siempre deben ser transitados con cuidados.
El cuidado, viene que de la mano de la evolución, (como alguna vez mencioné), no haya feroz traición al pasado, sino readaptación, como signo de que el paso del tiempo biológico se termina manifestando en todas nuestras prácticas, ya sea sexuales, artísticas o reflexivas.
Así, como data vale que temas como, “El telefonista loco”, (con el cuál cerraron el show). A través del “ring” vocal, y los acordes que se van sucediendo es contundente, por la simpleza con que la melodía busca un final de catarsis personal. Por otro lado, el tema nuevo “Monseñor Dirá”, si busca un tipo de vértigo similar, pero en la construcción, parece haber todo un exceso de acordes, que hace que la melodía, nunca termine de despegar hacia esos puntos de encuentro acertados melódicamente y compositivamente. O sea, capaz el “meollo” del asunto pasaría por revisar dónde le pifiaron varias “promesas tronchas” de la presente década, que por querer despegar hacia universos sonoros excesivos, o por jugar siempre al mismo número, todos sus segundos discos fueron sencillamente deplorables. Ejemplos rápidos entre varios, puede ser el segundo disco de Franz Ferdinand en el plano internacional o el segundo de Alfonso El Pintor, en el plano nacional.
Los Reyes del Falsete, encabezan generacionalmente y por dotes musicales, el sueño adroguénse de Victoria Mil, de que en la “otredad” de ser suburbano, la eficacia, sensiblidad y nuevo contenido musical, sea más real que cualquiera que venga trovado, de la ya abúlica y chata Capital Federal.
Los Reyes, son una cabal muestra de un sonido denominado actualmente “Adrógue Después”. El “después”, viene tanto por representar voces e ideas generacionales nuevas, sin referencia o dependencia de algún estado pasado o actual de la música norteamericana o sajona. Si hay experiencias de cinismo sexual, contextual, mediático o de adicción.
A la vez, su capacidad de regenerar formas simples y llevarlas a un plano personal, los hace válidos de un discurso artístico que cuenta un punto de vista original. La incógnita a despejar, sería que ese “después”, no termine en algún tipo de “pozo ciego”. De hecho su gran logro fue que ese “happening musical”, no este rozado de pretencionismo, lo que devendría en una especie de “infanticidio”, del cuál pocas veces hay retorno.
Como palabra final, quizá el resumen más exacto sea la letra de esta canción. Exceptuando la frase referida al entorno, (ya que de este se nutren, cotejándose con sus pares musicales), pero demarcando por capacidad propia límites que dan cuenta de su válido mundo personal. “Sin ver venir, todo será increíble. No quiero una porción, despacio. No hay nada que dependa, el entorno es lo que nos marea, devuélveme mi piel a su estado de origen. Entrégala al andén, hasta lo impredecible. No quiero una porción, de espacio”.*
*Letra de “A la deriva”, de Victoria Mil.

Bernardo Damián Dimanmenendez

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